Hoy es al profeta Isaías a quien la Cuaresma nos invita a escuchar: "Lávense y purifíquense; aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda... Aunque sus pecados sean rojos como la sangre, quedarán blancos como la nieve..." (cf. 1,10.16-20). ¡Qué manera de hacernos conocer al Dios Santo que todo lo renueva! ¡Un Dios que puede hacer del corazón más reseco y negro, un espacio en donde nazca un amor nuevo y sin fronteras para hacer el bien amando! El pueblo del tiempo de Isaías y el de nuestros tiempos, constantemente debe estar convirtiéndose hacia el Señor, dando acogida a los pobres. Obrar el bien y buscar la justicia, haciendo propia la causa de los pobres, será lo que manifestará si el cristiano de hoy desea verdaderamente volver al Señor, arrepentido de sus pecados siendo congruente con su fe.
Yo creo, sinceramente, que no hay nadie en este mundo que quiera vivir conscientemente con incongruencias o fracturas interiores. Sin embargo, cuando empezamos a reconocer lo que sentimos por dentro, muchas veces nos desilusionados de nosotros mismos porque encontramos muy poca cosa, pero hay que pensar como la beata María Inés que, palpando su propia miseria, le escribe a su director espiritual: "El misterio que más me lleva a fundirme en Jesús es: la comprensión de mi infinita miseria, puesta en parangón con la infinita bondad de Dios. Entonces es cuando mi gratitud, mi confianza y mi amor no tienen límites, y se pasan entre Jesús Eucaristía y mi alma, cosas que no se pueden decir, porque es sumamente difícil explicarlas". Si compartimos esa visión, entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición, de integración de nuestra vida, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté en armonía con lo que Jesucristo nos va enseñando, aun cuando desde nuestra miseria humana pueda parecernos contradictorio u opuesto a nuestros intereses personales. El testimonio y las palabras de personajes bíblicos como Isaías, nos van iluminando a lo largo de Cuaresma para que no nos quedemos en unos retoques superficiales, sino para que lleguemos hasta la raíz en nuestro camino de Pascua.
Junto a la lectura del profeta Isaías, llega el Señor en el Evangelio de hoy y nos insiste en lo mismo, no se trata de hablar muy bonito o rezar muy melodiosamente, como los doctores de la ley, sino de un testimonio de vida que sea invitación. ¡Qué tremendo escuchar lo que Cristo dice! "no imiten lo que los maestros de la ley hacen, porque dicen pero no hacen, cargan fardos pesados sobre los hombres de los demás pero ellos ni siquiera los mueven con un dedo" (cf. Mt 23,1-12). ¿No nos está pasando a lo mejor a nosotros lo mismo, a pesar de sentirnos discípulos-misioneros de Cristo? A veces a mí como sacerdote no falta quien me diga que predico muy bien, que se muchas cosas... pero eso no basta. Escuchar estas duras palabras me da la oportunidad magnífica de hacer una "revisión de vida" que me lleve a la conversión. Volvamos al Señor y roguémosle con sencillez que nos dé un corazón nuevo. El Señor nos llama a la conversión, ¿qué vamos a hacer? Le vamos a decir con toda el alma como el salmista: "Muéstranos, Señor, el camino de la salvación" (cf. Sal 49). La contemplación del corazón humilde y pobre de María Santísima nos ayudará a seguir el itinerario cuaresmal desde nuestra realidad y comprometernos más y más, para realizar cotidianamente la voluntad del Padre queriendo ser, no solo en Cuaresma sino siempre, servidores de todos con un corazón nuevo. ¡Qué tengas muchas bendiciones en este martes!
Padre Alfredo.
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