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Dios se preocupa siempre de cada uno de nosotros, porque, como aprendimos en el catecismo desde pequeñitos: "Es un padre bueno y cariñoso que nos ama". Nosotros, en su nombre y enviados por Él, hemos de ver por el hambriento y por el que sufre. Dios se preocupa de cada uno de nosotros, y nosotros, a su vez debemos preocuparnos de los demás. Nuestra oración cuaresmal, es importantísima dentro de este dinamismo, y no se puede perderse ni sucumbir ante los ruidos del mundo. Dios quiere nuestra oración, y para ello debemos entrar en su descanso, en su paz, en su silencio, porque la oración nos hará llegar al corazón de aquellos que nos necesitan, alcanzando, a la vez, el corazón de Dios. Él nos ha elegido a cada uno no por ser sabios, ni por ser más o mejores que nadie; nos llamó simplemente porque quiso, como lo hizo con Leví (Mateo) al sacarlo de su mesa de cobrador de impuestos y hacerlo su discípulo-misionero" diciéndole "sígueme" (Lc 5,27-32). Jesús, en el Evangelio de hoy, llama a este hombre, que es un simple cobrador de impuestos. El llamado que Dios nos hace puede llegar en el momento menos pensado. Leví (Mateo), está sentado a su mesa y aparentemente no piensa sino en cumplir bien su oficio y sacarle jugo. El Señor llega y al verlo y escuchar el "sígueme", no puede prever el paso inesperado de un llamado que iba a cambiar su vida. Con esto Dios muestra su soberanía en el llamado.
Dios llama a quién quiere y cuando quiere. Bajo este punto de vista se puede comparar el momento del llamado al de la muerte. El Señor, por la muerte llama a cada hombre al ir a la vida eterna, en el instante que ha fijado. Jesús pudo haber escogido entre muchos otros que estaban ahí -seguro éste no era el único que estaba cobrando impuestos o pagándolos- pero lo llamo a él. Así nos llama a cada uno de nosotros en esta Cuaresma para que sigamos un camino de conversión que nos lleve a seguirlo. Jesús ya sabe que cada uno de nosotros, al haber llegado el miércoles pasado a recibir la ceniza, se sabe amado por Dios y llamado a una vida de seguimiento como discípulo-misionero de Cristo. El "arrepiéntete y cree en el Evangelio" que escuchamos, es el mismo "sígueme" del Señor, que sabe que queremos y necesitamos ir detrás de Él para cambiar de vida, para dar un nuevo rumbo, para tomar caminos que nos lleven a vivir la paz, la esperanza y la misericordia. Hoy le pedimos al Señor, junto a María Santísima -recordando que cada sábado la honramos de manera especial- que quite de nosotros, el yugo que nos pesa, que nos oprime y que no nos deja soltar la mesa a la que estamos atados o el escritorio en el que estamos instalados; en otras palabras, el confort en el que estamos acomodados. Él nos llama a dejar nuestros intereses para seguirle en un camino de conversión esperando que le respondamos como Leví (Mateo) y trabajemos en sus intereses. ¡Bendecido sábado en nuestro camino Cuaresmal!
Padre Alfredo.
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