Este sábado iniciamos nuestra meditación, nuevamente, como ayer, con el libro de Isaías, que hoy nos hace una invitación preciosa: ser generosos y compartir (Is 58,9-14). Dios es generoso por naturaleza. Cada vez que lo invocamos, nos responde generosamente. Me llama la atención, leyendo y meditando la primera lectura del día de hoy, que el Señor, siempre bueno y compasivo, nos invita a dar al hambriento no solo el pan material, la comida que alimenta el cuerpo; sino también el pan de la esperanza, el pan del hambre de fe, el pan de amor, el pan de una sonrisa, el pan de un gesto de compasión, el pan de la compañía en la soledad y a ver que el auténtico creyente de hoy es todo aquel que tiene hambre de paz, hambre de perdón y que sabe que solamente en Dios a través de los hombres y mujeres de Dios será saciado.
Dios se preocupa siempre de cada uno de nosotros, porque, como aprendimos en el catecismo desde pequeñitos: "Es un padre bueno y cariñoso que nos ama". Nosotros, en su nombre y enviados por Él, hemos de ver por el hambriento y por el que sufre. Dios se preocupa de cada uno de nosotros, y nosotros, a su vez debemos preocuparnos de los demás. Nuestra oración cuaresmal, es importantísima dentro de este dinamismo, y no se puede perderse ni sucumbir ante los ruidos del mundo. Dios quiere nuestra oración, y para ello debemos entrar en su descanso, en su paz, en su silencio, porque la oración nos hará llegar al corazón de aquellos que nos necesitan, alcanzando, a la vez, el corazón de Dios. Él nos ha elegido a cada uno no por ser sabios, ni por ser más o mejores que nadie; nos llamó simplemente porque quiso, como lo hizo con Leví (Mateo) al sacarlo de su mesa de cobrador de impuestos y hacerlo su discípulo-misionero" diciéndole "sígueme" (Lc 5,27-32). Jesús, en el Evangelio de hoy, llama a este hombre, que es un simple cobrador de impuestos. El llamado que Dios nos hace puede llegar en el momento menos pensado. Leví (Mateo), está sentado a su mesa y aparentemente no piensa sino en cumplir bien su oficio y sacarle jugo. El Señor llega y al verlo y escuchar el "sígueme", no puede prever el paso inesperado de un llamado que iba a cambiar su vida. Con esto Dios muestra su soberanía en el llamado.
Dios llama a quién quiere y cuando quiere. Bajo este punto de vista se puede comparar el momento del llamado al de la muerte. El Señor, por la muerte llama a cada hombre al ir a la vida eterna, en el instante que ha fijado. Jesús pudo haber escogido entre muchos otros que estaban ahí -seguro éste no era el único que estaba cobrando impuestos o pagándolos- pero lo llamo a él. Así nos llama a cada uno de nosotros en esta Cuaresma para que sigamos un camino de conversión que nos lleve a seguirlo. Jesús ya sabe que cada uno de nosotros, al haber llegado el miércoles pasado a recibir la ceniza, se sabe amado por Dios y llamado a una vida de seguimiento como discípulo-misionero de Cristo. El "arrepiéntete y cree en el Evangelio" que escuchamos, es el mismo "sígueme" del Señor, que sabe que queremos y necesitamos ir detrás de Él para cambiar de vida, para dar un nuevo rumbo, para tomar caminos que nos lleven a vivir la paz, la esperanza y la misericordia. Hoy le pedimos al Señor, junto a María Santísima -recordando que cada sábado la honramos de manera especial- que quite de nosotros, el yugo que nos pesa, que nos oprime y que no nos deja soltar la mesa a la que estamos atados o el escritorio en el que estamos instalados; en otras palabras, el confort en el que estamos acomodados. Él nos llama a dejar nuestros intereses para seguirle en un camino de conversión esperando que le respondamos como Leví (Mateo) y trabajemos en sus intereses. ¡Bendecido sábado en nuestro camino Cuaresmal!
Padre Alfredo.
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