sábado, 10 de febrero de 2018

«El Pan y la Palabra, alimento para la vida»... Un pequeño pensamiento para hoy


Continuando con la reflexión de ayer, sobre todo en torno a la lectura continuada del primer libro de los Reyes, hoy la primera lectura de hoy va a otro de los trozos más importantes de este libro, ya que, para poder hacer una lectura de la Escritura en dos años en sus partes más importantes en la Misa diaria, se van seleccionando las partes más importantes de cada libro. La Iglesia supone que además de la lectura de Misa, nosotros vamos leyendo la Sagrada Escritura y conocemos la historia de nuestra salvación. Entre ayer y hoy, está la parte de la Biblia en donde se menciona que Roboam, hijo de Salomón, le sucedió en el trono (1 Re 12,1-32) y que Jeroboam regresó de Egipto y encabezó a las diez tribus en pedir una reducción de impuestos. Roboam, bajo la influencia de los jóvenes de su reino, habiendo rehusado el consejo de los ancianos, que eran los consejeros de Salomón, rechazó el pedido de las diez tribus del norte. Porque en vez de rebajar sus impuestos, les amenazó con subírselos. En consecuencia, Jeroboam condujo a las diez tribus en una rebelión y se convirtió en Rey causando una división que desencadenó en una guerra civil.

La decisión imprudente de Roboam de no atender al pueblo, le facilitó la ocasión a Jeroboam de controlar las diez tribus del norte y constituir el reino del norte y lo logró. Sin embargo, temiendo que su pueblo al ir a Jerusalén a ofrecer sacrificios a Dios se pusiera de parte de Roboam y lo mataran, instaló un becerro de oro en Betel y el otro en Dan. Y este acontecimiento marcó definitivamente la división del reino. Y así fue como la naturaleza humana por la imprudencia y las pasiones mal dirigidas, rompieron la unidad de una nación que había alcanzado los mayores momentos de devoción religiosa por Dios, y los mayores niveles de prosperidad en el mundo de aquella época creándose el reino del norte y el reino del sur. El orgullo, la imprudencia, la envidia, y la agresividad fueron fuerzas destructivas, tal como lo siguen siendo hoy a nuestro alrededor, basta ver esta época de campañas electorales en México. La imprudencia y las pasiones mal dirigidas destruyen al individuo, a la familia y a la sociedad. Por ello el Evangelio de hoy nos presenta a un Jesús que es prudente y que, con su pasión por establecer el Reino de los Cielos, vela por el bienestar del pueblo que en esta ocasión tiene hambre.

El Señor tiene compasión por el pueblo, a fin de que nadie desfallezca de hambre. Igual que hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,45), quiere hoy nutrir tanto a los justos como a los injustos. El Evangelio nos presenta la perícopa de la segunda multiplicación de los panes (Mc 8,1-10). Él no rechaza a nadie, cuando parte los panes y los da a sus discípulos para que los distribuya, si alguien por orgullo o soberbia no tiende la mano o imprudentemente dice "al ratito", seguro va a desfallecer durante el camino, aunque haya sobrado comida. Este pan que parte Jesús, es reflejo de su presencia en la Eucaristía y en su Palabra. Cuando se distribuye el Pan consagrado, convertido en su Cuerpo, siempre alcanzan todos los que se acerquen y sobre. Cuando se lee el Evangelio, uno puede darse cuenta de que con unas pocas palabras Jesús ha dado a todos los pueblos un alimento superabundante. Recorriendo aquellos lugares, en mi reciente viaje a Tierra Santa, se perciben las distancias y lo despoblado de aquellos lugares y se entiende mucho más la preocupación de los apóstoles por aquella gente hambrienta y me viene ahora una pregunta que en una de sus meditaciones hace San Juan Crisóstomo que conviene ahora meditar: «¿Qué pastor ha alimentado jamás a su rebaño con su propio cuerpo?» Jesús rompió, partió su cuerpo ofreciéndonos su carne rota para mantenernos vivos. Entonces me vienen otras palabras, ahora de san Balduino de Ford: «Jesús partió el pan. Si no lo hubiera partido ¿cómo habrían llegado hasta nosotros sus migajas?» ¡Cuánto tenemos que agradecer a Jesús que nos enseña que la imprudencia y las malas pasiones no conducen a nada! La participación en una celebración litúrgica o el anuncio de la Palabra sin el alimento de la Eucaristía y la práctica de la caridad, no son más que pura filantropía y humanismo con el riesgo de cegarse y dividir. La auténtica cristiana es la concreción de un amor por todos, como el de Jesús, en obras que invitan a ser alimento de los demás, como el mismo Cristo, como María, como los santos, beatos y hombres de Dios. Hoy que es sábado, pidamos a la Virgen nos ayude a ser prudentes y a saber aprovechar las pasiones que llevamos dentro. ¡Qué tengas un sábado lleno de bendiciones y que el amor a María crezca más y más en tu corazón!

Padre Alfredo.

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