Durante la Cuaresma y siempre, uno de los principales pilares en donde se sostiene la vida espiritual del cristiano es la Palabra Dios. Isaías hoy la compara a la lluvia y a la nieve (Is 55,10-11) para hablarnos de su fuerza salvadora. Porque no hemos sido salvados solamente por la sangre y el sacrificio de Cristo. La palabra de Dios es un alimento necesario a nuestras vidas, de hecho en la Misa de habla de "la mesa de la palabra y la mesa de la Eucaristía". Quien deja entrar la palabra como alimento de sus vidas, ha entrado a formar parte de su Pueblo. Este es el mensaje que nos quiere dar Isaías hoy. El profeta conoce bien la eficacia callada y profunda del agua y de la nieve. Empapan, fecundan, hacen germinar la tierra para que de semilla y se pueda confeccionar el pan que nos alimenta. La palabra de Dios no se queda en las nubes, sino que encaja en lo más profundo del ser humano, nuestra mente y nuestro corazón. En su Hijo, esa palabra ha venido a encarnarse. Dios, para quien todos viven (Mc 20,38) ha tomado en serio la palabra que juró a Abrahám, Isaac y Jacob. A nosotros, los hijos de la promesa, nos dio su Palabra hecha carne y hueso, como testamento definitivo de su amor. Aquí radica toda la fuerza salvadora de nuestra fe. Cristo viene a infundir un nuevo sentido y razón de vivir a los que reciben esta Palabra.
En cuaresma, en concreto el día de hoy, la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14) nos invita a orar al Padre con una sencillez que, en medio de un mundo que todo lo complica, es de verdad, impresionante. En este privilegiado tiempo de conversión, podemos valorar más lo que es el silencio, para comprender más cada palabra de esta oración, saliendo de lo mecánico y repetitivo, y encontrndonos con el sentido filial y solidario que tiene esta oración para todo cristiano. Benedicto XVI, en una de sus audiencias de los miércoles (7 de marzo de 2012) comenta este pasaje evangélico diciendo: "Un corazón atento, silencioso, abierto, es más importante que muchas palabras. Dios nos conoce en la intimidad, más que nosotros mismos, y nos ama: y saber esto debe ser suficiente... todos nosotros casi conocemos a Dios sólo de oídas y cuanto más abiertos estamos a su silencio y a nuestro silencio, más comenzamos a conocerlo realmente. Así como en el silencio, la lluvia y la nieve que han caído haciendo ruido, hacen su tarea en la tierra para que la semilla crezca, germine y de fruto; así en silencio hay que dejar actuar a Dios en nuestros corazones. Es necesario el silencio exterior (oído, vista) e interior (memoria, imaginación) para escuchar dejar que la palabra de Dios excave un espacio interior en lo profundo de nosotros mismos y permanezca haciendo efecto. Así como los ojos, al apagar la luz de repente, se van acostumbrando progresivamente a la oscuridad y comienzan a ver en lo negro de la noche, de la misma manera el alma del creyente comienza a escuchar a Dios en medio del silencio y se dirige a Él con pocas, pero profundas palabras, como Jesús al Padre.
Cuando se hace el hábito del silencio, nos damos cuenta de que experimentamos a Dios de una manera muy particular y descubrimos que habla mucho más de lo que nos pensábamos y habla directo al corazón. Hagamos esta cuaresma el ejercicio del silencio para experimentar a Dios como Padre, como nos lo enseña Jesús en esta sencilla y profunda oración del Padrenuestro. No tengamos pánico a estar en medio del silencio. La beata María Inés, en una de sus cartas colectivas escribía: "Para ser almas contemplativas en la acción, en el apostolado, necesitamos enseñarnos a guardar el silencio, tan necesario para una íntima comunicación con Dios, medio eficacísimo, y casi único para superar los obstáculos que se interponen en nuestro caminar hacia él, para saber cumplir fielmente nuestros deberes, para saberlo amar, como él quiere ser amado" (Carta Colectiva del 19 de febrero de 1980). La Virgen María siempre será ejemplo de un silencio dinámico y no estático para hablar y escuchar al Padre, por eso María es llamada con el titulo conciliar de hija predilecta del Padre que acoge con fe la palabra de Dios. Que ella nos ayude a vivir el silencio cuaresmal, ese silencio que hace espacio en el corazón para orar al Padre, como Jesús nos enseñó. ¡Bendiciones para este martes!
Padre Alfredo.
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