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Salomón, como Rey, no dedicó el templo desde dentro del templo, porque no era sacerdote. Sin embargo, afuera (2 Cro 6,13), en un gesto de rendición, apertura y de una lista recepción, reconoce que Dios es único. Los supuestos dioses de las naciones no se pueden comparar con Él. Salomón reconoce a Dios como el hacedor y guardador de las promesas que ha cumplido a David su padre y por eso hay un lugar especial de su presencia en el templo, aunque Él sea más grande que el mismo templo. Así, la Palabra de Dios hoy recalca la importancia de un lugar sagrado para encontrarnos con el Señor como personas y como comunidad, pues Salomón le pidió al Dios misericordioso que inclinara su oído hacia el rey y hacia el pueblo, pero esa oración, como hasta nuestros días, habría de ser una oración que brotara desde lo profundo del corazón y no solamente una oración de labios hacia fuera, de esas que se quedan en una hipócrita exhibición con el corazón lejos de Dios, que es lo que luego vendrá a reprochar Jesús en el Evangelio de hoy: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mc 7,6).
Jesús, como Salomón, ora al Padre, y quiere, de cada uno de sus discípulos—misioneros, una oración que no sea solamente un conjunto de fórmulas hechas y pronunciadas labios hacia afuera. Al enseñar a orar, se interesó en la situación particular de cada uno como hermano e hijo de un mismo Padre. La manera de orar que nos enseña, por ejemplo, en el «Padrenuestro», abre el corazón a verse ante Dios y a presentarse ante él no como una isla, sino como parte de una comunidad que se hace familia para confiar en su paternidad siempre misericordiosa. Jesús, cuando oramos, ora en nosotros y le presenta al Padre nuestros gozos y esperanzas, nuestros sufrimientos y todo aquello que nos impide ser libres y espontáneos. Esta oración en Cristo no obedece a otra cosa, sino a una genuina valoración de cada persona que encontraba en el camino y que sentía su familia: «Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno» (Jn 17,21). La propuesta de Jesús para orar invitaba a los hombres de su tiempo a liberarse de la pesada carga moral, económica y cultural que suponía cumplir los más de seiscientos preceptos que estaban vigentes para regular todos los aspectos de la vida personal y comunitaria. La oración de Jesús es siempre una oración de uno y de todos. Es la oración de María en el Magníficat o en la espera del Espíritu. es la oración de los que han sido curados, es la oración del silencio y de la alabanza que brota del corazón de quien se sabe amado, perdonado y salvado. Sería bueno preguntarse hoy: ¿cómo es mi oración?, ¿es mi oración un conjunto de palabras que solamente resuenan hacia el exterior?, ¿dejo que Jesús ore en mí y me haga familia con la humanidad como pueblo de Dios? ¡Creo que hay mucho por hacer y profundizar! Bendecido martes y aquí estoy de nuevo dando lata.
Padre Alfredo.
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