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Pero nosotros, entendemos poco y muchas veces hasta culpamos a Dios de las tentaciones que se nos presentan en medio de las adversidades de la vida que, siendo tan sencillas, como lo que les pasa a los apóstoles en el Evangelio de hoy cuando olvidan los panes y solo tenían uno (Mc 8,14-21) nos dejamos despintar el corazón. "¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? cuestiona Jesús a los que iban con él en la barca (Mc 8,17). Los apóstoles de han dejado llevar por la tentación de la duda, de la falta de confianza en el Maestro. ¡Están preocupados por los panes cuándo Él acaba de hacer una multiplicación! A ellos por el momento los preocupa más la comida material que el pensamiento del Maestro. Al oír hablar de "la levadura de los fariseos y de la de Herodes" (Mc 8,15) piensan antes en el pan material y la tentación de quedarse sin comer o de culpar a alguno que olvidó la comida, ya no escuchan al Señor.
A todos nos puede suceder que la tentación nos ciegue. Puede pasar que a lo largo del día descubramos que la causa de nuestros miedos, de nuestras dudas, de nuestros enojos y demás, sea a causa de alguna tentación grande o pequeña que nos haya nacido en el corazón. Esta es una mala experiencia que hemos tenido y que está siempre buscando atacar. "Quédense despiertos y oren para que no caigan en tentación" dice Jesús a los apóstoles en medio de otra situación más difícil que la falta de pan para la comida (Mt 26,41). Entonces, cuando nos damos cuenta de que el enemigo nos está tentando, tenemos que detenernos para pedir al Espíritu Santo que sane ese corazón afligido por la tentación, que derrame su poder, que nos regale una firme confianza para que esa tentación abandone nuestra mente y nuestro corazón y hacer presente a Cristo en ese momento abrazándonos, rescatándonos, liberándonos de aquella tentación, arrancándonos de esa congoja. Para superar las tentaciones es entonces sumamente importante que pidamos la luz del Espíritu Santo y enfrentemos con coraje y sinceridad al enemigo, aunque precisamente nos cause terror encontrarnos con nuestra propia miseria. Es desde nuestra miseria que podemos lanzarnos a vencer la tentación con la luz del Espíritu y convertirnos en "un espacio de santificación" para quienes nos rodean. Colosenses 3,2 dice: "Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra". De lo alto no vendrán tentaciones sino el inmenso amor de un Dios misericordioso a quien decimos: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal". Si nuestras mentes y corazones buscan la santidad de Dios, el amor y la compasión de Cristo en su Palabra y en su Eucaristía, encontraremos que así se puede vencer la tentación. Que María, la llena de gracia, la hija predilecta del Padre, la Madre de Cristo y la esposa fiel del Espíritu Santo interceda por nosotros y nos aliente a seguir en la lucha por vencer el mal. Hoy termina la primera parte del tiempo ordinario y mañana empezamos la Cuaresma... ¡Una buenísima oportunidad para confesarse! Feliz martes.
Padre Alfredo.
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