Apenas hace unos días, mientras yo me encontraba en el Curso de Renovación Sacerdotal en Tierra Santa, recibí la noticia de que ese día, 28 de enero a las 5 de la mañana hora de Monterrey, la hermana Martha Lemus fue llamada a la presencia de Dios luego de haber concluido su trayectoria en este mundo por 87 años de vida, de los cuales 68 los vivió como consagrada al Señor en la congregación de nuestras hermanas Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, en donde fue recibida, como ella platicaba con gusto, por la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora de este instituto misionero.
Marthita nació el 16 de julio de 1930 en un pueblito de los Altos de Jalisco perteneciente a Degollado, un pintoresco lugarcito llamado Huáscato, que queda a unos 120 km al oeste de Guadalajara y conocido porque el la época porfiriana fue un gran productor de naranja. Su nombre de pila fue Ana María. Fue bautizada el 28 de julio del mismo año y recibió el sacramento de la Confirmación el 22 de abril de 1934. Inició su caminar en la Vida Consagrada como postulante el 25 de febrero de 1948 en la Casa Madre, en Cuernavaca y allí mismo hizo su noviciado. Profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia el 17 de octubre de 1949 y el 12 de agosto de 1954 hizo la Profesión Perpetua. Como a muchas de nuestras hermanas Misioneras Clarisas mayores, le tocó la dicha de que nuestra Beata Madre Fundadora María Inés Teresa presidiera todas esas ceremonias de su vida consagrada.
Durante los primeros años de su profesión religiosa (1955-1957), la hermana Martha realizó sus estudios de Secundaria en la Universidad de Morelos y luego, de 1958 a 1960, estudió la Normal Primaria en Puebla en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio para continuar con los estudios de Normal Superior en la Escuela Normal Galicia en Guadalajara.
Marthita fue una religiosa de una intensa vida espiritual, una mujer obediente, sencilla, humilde, responsable y fiel al carisma Inesiano que vivió siempre con alegría en los oficios y tareas que le fueron encomendadas durante su vida consagrada. Sus primeras tareas apostólicas fueron en la Casa de Puebla de 1953 a 1960. Luego fue superiora de la comunidad de Monterrey y directora del Colegio Isabel La Católica de 1960 a 1964 en donde se ganó el cariño de mucha gente y muchas alumnas que la acompañaron en su último adiós a este mundo. En ese año de 1964 fue enviada a Costa Rica, en Centro América, donde fue nombrada Superiora Local de la Casa de Santo Domingo de Heredia. A partir del año de 1967 hasta 1981 desempeñó el cargo de Superiora Regional de Costa Rica y fue en ese espacio de tiempo en que Dios me regaló la dicha de conocerla en uno de sus viajes a Cuernavaca, en donde como seminarista, junto con los demás hermanos Misioneros de Cristo de aquellos tiempos pasábamos los veranos. Recuerdo cómo se gozaba contándonos de aquellas tierras e las que luego Nuestro Señor me daría la oportunidad de ejercer el ministerio sacerdotal recordando tantas cosas que ella me platicaba de Santo Domingo de Heredia y el padre Delio, a cuyo funeral me tocó asistir por providencia divina. Fue allá en ese bello país en donde también está un pedacito de mi corazón en donde El 5 de julio de 1974, celebró su 25 aniversario de consagración religiosa precisamente en Santo Domingo de Heredia.
La vida de los misioneros es siempre una sorpresa, porque se vive siempre en la disponibilidad al cambio, y la vida de la hermana Martha no fue la excepción. En 1981 recibió su nombramiento como Maestra de Novicias en la Región de México y regresó a la patria y en donde yo seguí recibiendo muchos de sus consejos. Me parecía una excelente formadora, ya que en ese tiempo yo era seminarista estudiante de Teología. Quienes fueron sus formandas manifiestaban que como Maestra de Novicias les inculcaba la fidelidad a Nuestro Señor, el amor a la congregación y a las enseñanzas de Nuestra Madre Fundadora en el carisma. Algunas la recuerdan incluso gozando de verlas en los momentos de convivencia y recreación, siempre mostrándose jovial. Los testimonios dicen que disfrutaba mucho estar en comunidad, en el ambiente fraterno de familia y que era la primera en poner ejemplo de alegría en los paseos y convivencias. Entre sus muchas cualidades, destacaba en ese tiempo por su muy bonita voz, don que puso siempre al servicio de Dios.
En 1987 fue nombrada Vicaria Regional y así la veía más seguido en Casa Madre. En 1991 fue transferida a la casa de Monterrey. Yo ya era sacerdote, apenas recién ordenado y los consejos de esta extraordinaria mujer seguían llenando mi corazón animándome a darle todo al Señor y alentándome siempre a amar a María por quien ella, con esa sonrisa que la caracterizaba y la serenidad que siempre mostró, llevaba siempre en su corazón. ¡Cómo gozaba los momentos en que me pedía el sacramento de la Reconciliación porque eso me daba la oportunidad de recibir mucha de su riqueza espiritual heredada de Nuestra Madre Fundadora! El 5 de agosto de 1999 fueron sus bodas de oro, en la Casa Madre, para mí una fecha significativa, porque el 5 de agosto de 1989 yo había celebrado mi primera Misa. En 1999 la cambiaron a la casa de Arandas para ser superiora, vicaria y ecónoma en diferentes periodos. Finalmente en el año 2002 recibió su último cambio a la casa de Monterrey en donde entregó al Señor hasta la última gota del «sí» que, como María, había pronunciado.
Creo que esa última etapa de su vida, fue sumamente fecunda. Me tocó ver cómo Marthita se iba haciendo chiquita en tamaño y grande en santidad. ¡Cómo olvidarla... si siempre que celebraba Misa en el convento la tenía de frente al final del pasillo sentada en su sillita de ruedas junto a la hermana María Miranda, quien se le adelantó en el viaje al cielo! Su carita se transformaba en el momento de la Comunión porque llegaba su Esposo Adorado a consolarla en medio de sus dolores y fatigas de una vida desgastada por Él para salvar muchas almas. Ya enferma su sonrisa era la misma, incluso con una mirada más profunda diría yo, asumiendo lo que el Señor le iba pidiendo, y siendo igualmente humilde. Mientras le fue posible, adaptándose a su andador que tenía incorporada una especie de sillita, iba a visitar a las hermanas que estaban más enfermas que ella... ¡Al fin, superiora tantos años, era como la beata María Inés decía: «Más que superiora, madre». Aún en su último período de enfermedad se preocupaba por las demás procurando estar en comunidad, al pendiente de las demás y recibiendo con una sonrisa a quienes llegaban de visita, empezando por el Señor Obispo Jorge Alberto Cavazos, con quien la vemos en la fotografía.
Físicamente Marthita fue quedando poco a poco más impedida, pero espiritualmente plena, no dejó que las cosas físicas le abrumaran. Fue un gran ejemplo de docilidad y paciencia en su última etapa de vida. La vejez y la enfermedad siguieron en ella el camino que la Providencia Divina había dispuesto, siguiendo por su camino, y Marthita se dejó guiar en las manos de Dios entregándole todo, incluso el no morir en su queridísimo convento sino en la Clínica en donde atienden siempre a nuestras hermanas enfermas. Marthita nos enseñó incluso hasta el último momento que el único modo de vivir la bien es vivirla en Dios.
Mujer consagrada, servicial, sencilla, ecuánime, alegre; alma pacífica y pacificadora; religiosa de sonrisa serena; hermana espontánea y generosa incondicionalmente; apóstol del buen ejemplo de su consagración; hija de la Iglesia que deja su testimonio religioso como Misionera Clarisa manifestando su gran deseo de hacer siempre la voluntad de Dios aun cuando a veces sea difícil; amiga de muchos de dentro y de fuera de la Familia Inesiana; enferma anhelante de contemplar un día al Señor y a su Madre Santísima en la eternidad... Esa es la hermana Martha Lemus hasta el final de su trayectoria en la tierra, y, como relatan nuestras hermanas Misioneras Clarisas en la crónica de su vida, esperamos que el Señor haga fructificar todos sus anhelos misioneros y esfuerzos ofrecidos durante su vida, para la mayor gloria de Dios y salvación de las almas. Descanse en paz la hermana Martha Lemus.
Padre Alfredo.
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