San Juan gusta de llamar «signos» a los milagros que hace Jesús, porque la finalidad primordial de esas acciones no es acabar con la enfermedad existente o con el sufrimiento en esta tierra, sino mostrar la personalidad divina de Cristo y su condición de Mesías. Los alrededor de treinta y cinco milagros de Jesús, en la Biblia, invitan a penetrar en el misterio de su Persona. En algunos de ellos muestra su poder sobre la naturaleza, como cuando multiplica los panes y los peces, o cuando invita a Pedro a caminar sobre las aguas. De este modo manifestó el espíritu del mismo Dios Creador, que «se cernía sobre la faz de las aguas» (Gn 1,2) en el relato de la creación. Los milagros que tienen que ver con la resurrección de los muertos muestran, por otra parte, su poder sobre la vida.
Dentro de unos días, en el Triduo Pascual, Jesús, nuestro Señor, entregará su propia vida como nadie puede hacerlo, porque solo él tiene poder sobre ella. «Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo» (Jn 10,18). Jesús es el mismo hoy y hace dos mil años, en aquellas tierras de Palestina; sigue llenando nuestra vida de gestos que revelan la cercanía de Dios. A la Virgen le podemos pedir, en este día en que la tradición la recuerda como nuestra Señora de los Dolores, que, con humildad, que nos ayude a ser capaces de reconocer los signos de su Hijo. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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