La Cuaresma es un camino de iluminación progresiva en la fe. Es volver a aprender a ver las personas, las cosas y los acontecimientos con los ojos con que las ve Dios y seguro con esos ojos vio san José, el hombre justo, casto y fiel. Así que desde luego tenemos en él a un verdadero Patriarca en la línea de la fe de los grandes personajes del Antiguo Testamento y a alguien que nos acompaña en el andar de esta Cuaresma. En el Nuevo Testamento, después de María, y junto con ella, san José rotura el camino de la fe de toda la Iglesia: Apoyado en la esperanza creyó contra toda esperanza (segunda lectura Rm 4,13.16-18.22) e hizo lo que le había mandado el ángel del Señor (Evangelio Mt 1,16,18-21.24). Así que a la luz de su testimonio de vida hay que preguntarnos si nosotros también vamos caminando haciendo vida los anhelos que el buen Dios tiene al habernos llamado a la vida de la fe. San José tuvo una misión y la cumplió... ¿y nosotros?
También hay que recordar que la Cuaresma es una época que restaura la comunión con la Iglesia, que el pecado ha roto, o, al menos relajado. Ello supone recuperar también una visión de la Iglesia correcta, es decir, a la luz de la fe. Supone, pues, volver a vivir la Iglesia como conservadora y transmisora del misterio de Cristo para la salvación del mundo. A esta dimensión hace referencia la oración colecta de la Misa de hoy recordando la estrecha vinculación de San José con la Iglesia, ya que a su fiel custodia fueron confiados por Dios los primeros misterios de la salvación de los hombres. Con san José y con María santísima, sigamos el camino cuaresmal hacia la alegría de la Pascua. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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