Las dos escenas son de sufrimiento. En la primera lectura José sufre porque sus hermanos, que inicialmente querían matarlo, lo venden y por otra parte el dueño de la viña, en el Evangelio, sufre porque le han matado a su hijo. Todo esto nos lleva a pensar en Cristo, que fue llevado al sufrimiento para alcanzarnos la salvación. Nosotros seguramente no vendemos a nuestro hermano por veinte monedas. Ni tampoco traicionamos a Jesús por treinta. No sale de nuestra boca el fatídico propósito «matémosle», dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que nos resultan incómodos.
Pero queda, de todos modos, una serie de preguntas que a la luz de esto debemos hacernos: ¿Somos una viña que da sus frutos a Dios? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su Eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de nuestros hermanos y queremos acabar con los que estorban a nuestros planes? ¿Somos infieles o tal vez perezosos, descuidados? Con María revisemos las respuestas que podemos dar rumbo a la Pascua. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario