Algo interesante es que podemos ver que en el relato, el pobre tiene nombre: «Lázaro» y el epulón no. Pero éste último, cuyo nombre se conserva en el anonimato, nos ayuda sobremanera a ver dos cosas importantísimas: La primera es que la riqueza comporta el riesgo de «cerrar el corazón a Dios». Uno se contenta con la felicidad de esta vida. Se olvida la vida eterna, se olvida de lo que es esencial. La segunda cosa es que la riqueza comporta el riesgo de «cerrar el corazón a los demás». Ya no se ve al pobre tendido delante de la propia puerta.
El rico del que habla Jesús, no se dice que fuera injusto, ni que robara. Sencillamente, estaba demasiado lleno de sus riquezas e ignoraba la existencia de Lázaro. Era insolidario y además no se dio cuenta de que en la vida hay otros valores más importantes que los que él apreciaba. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para abrir los ojos y ver a qué le damos prioridad en nuestra vida. Que María santísima nos ayude a ver, desde esta escena el Evangelio, hacia dónde se inclina nuestro corazón para seguir nuestro camino hacia la Pascua. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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