Durante su marcha a través del desierto, el pueblo de Israel se desanimó... habló contra Dios y contra Moisés. Y es que a lo largo de toda la Biblia, el desierto es el lugar de la tentación y de las pruebas. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los católicos más generosos y más ardientes. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios!
Pienso en la gran masa de nuestros contemporáneos que prescinden de Dios y del signo de la cruz y veo con tristeza que cada día son más. Hay que rogar por ellos... La muerte de Cristo en la cruz es el punto culminante del acontecimiento revelador y salvador de Dios que es amor. Porque justamente esa elevación mostrará que Jesús puede decir con toda razón el «yo soy», ya que la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera más plena y más aplastante el amor entrañable de Dios. Unámonos a María, que estuvo al pie de la cruz y sigamos nuestro camino cuaresmal. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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