El contraste entre los dos hijos de este padre misericordioso salta a la vista. Cuando oímos hablar o hablamos del «hijo pródigo», puede ser que nos acordamos sólo de los demás, de los «pecadores», y que no nos incluyamos a nosotros mismos en esa historia del bien y del mal, que también existen en nuestra vida. La Cuaresma, hay que vivirla en actitud de conversión, de reconocimiento humilde de nuestras faltas y de confianza en la bondad de Dios, dispuestos a volver a él y serle más fieles desde ahora. Por otra parte, en este contraste, hay que ver si no actuamos como el hermano mayor, que no acepta que al pequeño se le perdone tan fácilmente. Jesús contrapone su postura con la del padre, mucho más comprensivo que él, que ha vivido junto a su padre sin sentirse hijo, ni hermano...
Yo creo que más bien debiéramos identificarnos con el padre, porque hemos ser misericordiosos como nuestro Padre Celestial es misericordioso. En su corazón lleno de bondad y de ternura, todos cabemos con nuestras fallas y errores con nuestra condición de pródigos y caprichosos. Ni el hijo menor, ni el hijo mayor, con todas sus oscuridades, pueden opacar la luz que viene de un padre que sabe cómo querer a uno y a otro y que desborda todas nuestras interpretaciones moralizantes desde un amor nunca visto, no homologable a ningún otro. Hay que ver que el padre de la parábola sale al encuentro de cada uno de los dos hijos. Pidamos la intercesión de María, hoy que es sábado y le dedicamos especialmente el día, que nos dejemos alcanzar por el amor misericordioso de nuestro Padre Dios y seamos, con quienes nos rodean, misericordiosos como Él. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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