martes, 21 de marzo de 2023

«El hombre y su camilla»... Un pequeño pensamiento para hoy


Desde el pecado de Adán y Eva ya no ha habido ningún hombre sano sobre la tierra ni ninguna mujer que no sepa lo que es la enfermedad. La desobediencia al mandato de Dios echó a perder la unión de amor existente entre Dios y el hombre, arrancando así al hombre de su verdadera vida. Dios dejó de ser para él la atmósfera que respiraba y desde entonces el hombre enfermó. Y el motivo de haber venido Dios al mundo fue el de salvarnos y sanarnos. «Los enfermos —dice Cristo— son los que tiene necesidad de médico» (Cf. Lc 5,31). A la luz de esto, los creyentes no tenemos por qué hacer distinción entre enfermedad y salud del cuerpo por un lado y enfermedad y salud del alma por el otro. Porque la verdadera enfermedad del hombre es la que le aparta de Dios, el pecado, y éste ataca a todo el ser, tanto al cuerpo como al alma; ambos precisan por igual de la acción salvífica de Dios.

Me viene compartir esto porque el Evangelio de hoy (Jn 5,1-16) habla de una de las curaciones que hizo Jesús. Una de esas curaciones que nos hacen ver que la enfermedad del cuerpo no es sino una parte, la más pequeña, de esta dolencia general que afecta al hombre. Lo externo delata y simboliza la peligrosa enfermedad del alma, pues el exterior habla siempre del interior. Desde este punto de vista, la enfermedad del cuerpo tiene que mirarse tan sólo como una consecuencia necesaria del pecado. Y no es únicamente un castigo, como les parecía a los fariseos en sus estrechas miras y como le parece a mucha gente de hoy. La beata María Inés decía que la enfermedad es un tesoro, pues de ella podemos sacar innumerables gracias para crecer en el proceso de santificación.

Yendo al relato del Evangelio, podemos captar que ese hombre, que está enfermo, es objeto de la mirada particular de Jesús que quiere darle la salud. Al hombre sin fuerzas, incapaz de movimiento y acción, víctima de su enfermedad; al hombre en condición infrahumana, sin creatividad ni iniciativa, Jesús le abre una esperanza de salud, ofreciéndosela implícitamente. Le da la salud y con ella la capacidad de actuar por sí mismo. El hombre puede disponer de la camilla que lo tenía inmóvil y puede caminar a donde quiera. La camilla, nombrada cuatro veces, adquiere un significado importantísimo. Ella cargaba con el hombre inválido; ahora, curado, el hombre carga con ella, ha vencido, con la ayuda de Dios. Pidamos a María santísima su intercesión para cargar con todo aquello que el Señor permite que llevemos encima mientras Él mismo nos sana y nos hace ver la realidad con ojos nuevos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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