Esta situación es la misma que muchos católicos «de nombre» viven hoy y constituye un peligro también para nosotros, si nuestro culto a Dios se sitúa en el plano de una religión sin fe. El rito, el culto, debe traducir siempre la conversión personal y la de la comunidad. Por eso es una bendición este tiempo de Cuaresma en que todos debemos centrarnos en las prácticas cuaresmales que ya conocemos y que sabemos que nos pueden llevar a la conversión. Si nuestro culto a Dios no es expresión de un vivo sentimiento interior y de un firme compromiso de vida moral, entonces llega a ser una farsa; las ceremonias externas toman un valor contrario a aquel que por naturaleza habrían de expresar.
Por otra parte, el profeta nos comparte que Dios nos invita a acercarnos a él, sea cual sea nuestra condición. Por grandes que sean los pecados de una persona o de un pueblo, si se convierte, «quedarán blancos como la nieve, como lana blanca, y podrán comer de lo sabroso de la tierra» que Dios les prepara. Es expresivo el contraste de los colores que usa Isaías: «rojos como la grana... blancos como la nieve». Este bendito tiempo de Cuaresma es para cambiar la conducta, para abandonar el mal y comprometerse activamente en el bien. Pidamos a María Santísima que nos acompañe en esta transformación de nuestra vida, que ella interceda por nosotros y salgamos de esta Cuaresma a la Pascua con un corazón renovado. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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