Y es que me impacta la actualidad del texto, y me ha llamado la atención no solamente este año, sino en épocas anteriores porque se alguna manera, contemplamos que nuestro pueblo, aún con todas las bendiciones que recibe a diario de Dios, se encuentra casi siempre lejos de él. Sin embargo, nunca falta gente buena, personas sacrificadas y sencillas que esperan en la misericordia de Dios, aún en medio de la desolación. Me gusta cómo termina esta oración de Azarías y por eso la copio textualmente, para grabarla siempre en mi corazón rogándole a Dios que no pierda nunca la esperanza de que él, conocido y amado por nosotros, nos tenga de su mano: «Ahora te seguiremos de todo corazón: te respetamos y queremos encontrarte; no nos dejes defraudados. Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia. Sálvanos con tus prodigios y da gloria a tu nombre».
Toda época de la historia de la humanidad ha sido difícil, y en todo tiempo el hombre, desde el pecado de nuestros primeros padres, ha querido sentirse autosuficiente, pensando que, sin Dios, puede resolverlo todo. Pero, el devenir de los siglos nos enseña que sin Dios, el hombre pierde el rumbo, se despista, se autodestruye. En la Cuaresma nosotros también, como Azarías, podemos dirigirnos confiadamente a Dios, reconociendo nuestro pecado personal y comunitario, y nuestro deseo de cambio en la vida. Así se juntan en este tiempo dos realidades importantes: nuestra miseria y la misericordia de Dios, como decía la beata María Inés. Ayudados por María santísima, hagamos un buen examen de conciencia y pidamos por nosotros y nuestro pueblo para alcanzar el perdón de Dios. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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