viernes, 8 de noviembre de 2019

«Un canto nuevo para toda la tierra»... Un pequeño pensamiento para hoy


La liturgia de la palabra de este viernes nos invita a fijar nuestra mirada y muestro corazón en el salmo 97 [98] como salmo responsorial Sal 97,1.2-3ab.3cd-4). Es un himno escatológico inspirado en la última parte del libro de Isaías (Is 56-66) y muy afín al salmo 95. Una victoria que el pueblo ha librado victorioso sirve de ocasión al escritor sagrado para dirigir a todas las naciones una invitación para que vengan a cantarle a Yahvé, reconociendo su poderío y su fidelidad a las promesas hechas a su pueblo. A pesar de su brevedad —8 versículos— incluye dos fragmentos de distinta procedencia: En primer lugar una acción de gracias por una liberación (vv. 1-3) y como segunda parte un anuncio del reino escatológico de Yahvé (vv. 4-9), cuestiones que hacen que el salmista invita a «que todos los pueblos aclamen al Señor». Nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo, sabemos que el Señor no sólo «ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia» sino que todas las naciones, por la tarea misionera de la Iglesia, son invitadas a recibir esta victoria con el conocimiento y amor de nuestro Salvador Jesucristo, el Justo Juez al que le hacemos un «canto nuevo». 

Desde esta perspectiva, Orígenes, el famoso escritor cristiano del siglo III, nos ayuda a reafirmar esto e interpreta ese «canto nuevo» del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Canten al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero ustedes canten al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios... Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo» (74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 309-310). En nuestra tarea de discípulos–misioneros —evangelización, catequesis, construcción de la comunidad— debemos entonar este canto nuevo, ser inteligentes para buscar los mejores medios para que toda la tierra cante al Señor ese canto porque lo conoce y lo ama. Los hijos de este mundo —afirma el Evangelio de hoy (Lc 16,1-8)— se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más, por hacer crecer sus negocios. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz, sal y fermento de este mundo para que todos le conozcan y le amen... ¿procedemos con habilidad? 

En una de sus cartas a sus hijas misioneras clarisas en África, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe: «Me las imagino sudando, no cabe duda; pero a pesar de sus gotitas (mejor dicho gototas) de sudor, llenas de santo empeño y ambición, por continuar escalando la montaña de la perfección, y habiendo resucitado con Cristo: tratando de librarse decididamente del «hombre viejo», de la vieja misionera clarisa, para presentarle al amado, una nueva esposa suya, una mejor copia de la misionera clarisa que él desea, según su corazón y la esperanza de la santa Iglesia» (Carta desde Roma, abril 30 de 1973). Hoy, con la ayuda del salmo 97, nos debe quedar claro no solo a las misioneras clarisas, sino a todos, que toda nuestra vida tiene que ser un cántico nuevo, un cántico de hombres y mujeres nuevos que proclaman la misericordia, la fidelidad, la justicia de Dios ante los confines de la tierra. Pidamos a María Santísima su intercesión y a la beata María Inés que nos contagie de su ánimo misionero para que los hombres, que con tanta frecuencia viven hoy faltos de esperanza, comprendan que a todos, el Señor quiere revelar sus parabienes, para que los confines de la tierra contemplen, como nosotros, la victoria de nuestro Dios. Oremos diciendo: «Señor Dios, autor de maravillas, te bendecimos y te damos gracias, porque nos has dado a conocer la victoria de tu Hijo; recibe, junto a tu Madre muy amada, nuestro cántico nuevo y haz que aclamemos a Cristo, tu Hijo, como Rey y Señor, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.» ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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