La naturaleza humana es frágil. Tenemos un cuerpo que, desde el instante mismo en que inicia la vida, está signado ya por la muerte. Nuestra inteligencia —que ordinariamente consideramos nuestra arma más poderosa—, nos engaña constantemente. El lenguaje —escrito, oral y gesticular— es una herramienta poderosa para construir la realidad. Pero, se presenta como un juego interminablemente equívoco. Pareciera que la ambigüedad nos inunda y amenaza con destruir nuestra integridad humana. Sin embargo, en medio del marasmo del relativismo y la suspicacia, surge la honestidad y la transparencia como alternativa y el salmista nos dice en este día (Sal 138 [139] lo hermoso que es vivir así. Dirigiéndose a Dios exclama: «Tú me conoces, Señor, profundamente: tú conoces cuándo me siento y me levanto, desde lejos sabes mis pensamientos, tú observas mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. Apenas la palabra está en mi boca y ya, Señor, te la sabes completa...»
Qué dicha es tener a Dios por Padre, y que gozo que con honestidad y transparencia nos dejemos nosotros contemplar continuamente con gran amor por él. El Señor vela por nosotros y nos cuida. Jamás podremos escapar de su mirada llena de amor y de ternura por nosotros. Él nos conoce hasta en lo más profundo de nuestro ser. Y a pesar de que muchas veces lo hemos ofendido, jamás nos ha abandonado, ni se ha olvidado de nosotros, pues su amor es un amor siempre fiel. Ahondar y vivir la honestidad y la transparencia ante Dios y ante nuestros hermanos, es palpar la realidad, no sólo las ideas bonitas. Es adentrarse e ilusionarse, volverse locos de alegría al sentirnos amados y cuidados por Dios y experimentar desde dentro el envío a trabajar por el mismo sueño que tiene Dios, un sueño de esperanza en el que la ilusión y la vida se contagian cuando de verdad se hace posible lo que se dice y se proclama sin escandalizar a nadie. ¡Cuánto tenemos que cuidar de vivir profundamente así y de dar testimonio ante los demás!
Existe a nuestro alrededor toda una zona de influencia; en la que influimos tanto en el bien que podemos hacer, como también con lo que sea ocasión de tropiezo para otros. «Nadie es una isla» se dice. Toda persona esta religada a otras, pero nosotros sabemos que la mano de Dios nos conduce y su diestra nos sostiene para hacer el bien. El Evangelio de hoy (Lc 17,1-6) nos pide que pensando en esa honestidad y transparencia asumamos las deficiencias de nuestra naturaleza humana bajo la perspectiva de la recta intención. Debemos ser absolutamente sinceros con nosotros mismos y con los demás. Por eso, es necesario que, frente a los pequeños, a los humildes, no nos mostremos todopoderosos y sabiondos, sino como realmente somos y nos dejamos ver por Dios: pequeños, frágiles y ambiguos. Esta actitud, evitará que posteriormente cuando nos equivoquemos o simplemente no cumplamos las expectativas de alguien, estemos en condiciones de reconocer nuestros errores con toda la humildad y sencillez. Y sobre todo, para que ellos comprendan que no somos más que nadie. ¡Gracias, Señor, porque tú que nos sondeas y nos conoces, ¡ves la honestidad y transparencia que queremos vivir y es a los sencillos y de ojos abiertos a los que llega tu luz! Sólo somos unos simples servidores que tratan de realizar su trabajo y como María nos sabemos servidores del Señor y de los hermanos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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