Todos los días, en el oficio matinal, los judíos recitan el salmo 144 [145] —que hoy es para nosotros el salmo responsorial de esta semana 31 del tiempo ordinario—respondiendo a la invitación que hace la primera estrofa: «Dios y rey mío, yo te alabaré, bendeciré tu nombre siempre y para siempre. Un día tras otro bendeciré tu nombre y no cesará mi boca de alabarte». El autor del salmo, consciente de la grandeza del Señor exalta su poder, su bondad y su amor para con todos, por eso hace de este salmo una invitación a que todos le bendigan para siempre alabando su grandeza incomparable, inconmensurable e insondable. El salmista se hace portavoz de todos los fieles y quisiera ser hoy el portavoz también de todos nosotros invitándonos a hacer con él una oración que celebre las obras de salvación que revelan el amor del Señor con respecto a todos. En este salmo no hay una sola línea de petición. El vocabulario de alabanza que muestra es de una intensidad y de una variedad admirables y es que es inreíble el cúmulo de cualidades que el salmista encuentra en Dios: «Te alabaré... bendeciré tu nombre... no cesará mi boca de alabarte... el Señor es compasivo y misericordioso... bueno es el Señor para con todos... el Señor es siempre fiel a sus palabras... lleno de bondad en sus acciones... da su apoyo... alivia».
Nuestra vida de oración se transformaría totalmente si adoptáramos más a menudo este tono positivo de alabanza, en lugar de la oración de petición o de queja, que en el fondo, nos encierra en nosotros mismos, para poner a Dios a nuestro servicio. Dice san Juan Crisóstomo que es digno de que le prestemos la mayor atención a este salmo porque es justo que quien ha sido hecho hijo de Dios, que quien participa en su mesa espiritual glorifique a su Padre y afirma que este salmo canta el misterio de nuestra adopción divina, los favores de aquel que es cariñoso con todas sus criaturas. Este salmo, junto con las demás lecturas de la Misa de hoy, son una preciosa descripción del comportamiento de Dios para con todos. Nos dicen que Dios ama entrañablemente todo lo que existe, porque su aliento de vida está en todas las cosas. Dios es el Amigo de la vida, que cuida de todo y de todos y que se nos hace encontradizo para derramar sobre nosotros todas esas dádivas que el salmista hoy canta.
Nuestro Dios se hace encontradizo de forma tan sencilla e inesperada como lo hizo en Cristo con Zaqueo, según nos narra el Evangelio (Lc 19,1-10). Me imagino lo que pudo impresionar a este pequeño personaje aquella mirada de Jesús. Le miró con cariño, como un padre o una madre miran a su hijo rebelde, le miró con amor, así como dice ese canto tan popular en el que coreamos: «Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo haz dicho mi nombre» y le dijo: «¡Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa!» Así es Dios con nosotros, porque, como nos deja ver la lectura del Libro de la Sabiduría (11,22-12,2) Dios se compadece de todo. ¡Cuánto bien haría la mirada de Jesús en Zaqueo! ¡Cuánto bien nos hace a nosotros también experimentar que el Señor, a pesar de nuestra miseria, de nuestra pequeñez, nos ama, nos mira, se fija en nosotros! Él está deseando estar con nosotros, y nos pide que le abramos de par en par las puertas de nuestra casa, de nuestra vida, de nuestro corazón, para que Él pueda entrar y hospedarse. Dios quiere hacer morada en nosotros. Invitemos a María a que nos acompañe para recibir la visita de Dios y gocemos como ella, como Zaqueo, como tantos otros, la presencia del Señor, ahora en su Eucaristía. ¡Bendecido domingo, vamos a Misa!
Padre Alfredo.
P.D. Hoy es la peregrinación a la Basílica de Guadalupe en Monterrey de nuestra parroquia de «La Coronación de la Virgen del Roble». Saldremos a las 12 desde la Alameda. Nos encomendamos a sus oraciones y oraremos por todos a los pies de la Morenita, en ese altar que es un trozo del cerrito del Tepeyac.
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