miércoles, 13 de noviembre de 2019

«Justicia al estilo de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Es tan difícil entender la justicia en el mundo de hoy porque mucho de lo que ostenta este nombre ya no es justicia. Los valores, en la sociedad en que vivimos no solamente se han cambiado en el orden de acomodo para hacerlos vida, sino también en su concepto. El salmista nos habla hoy de la justicia, pero, de la justicia al estilo de Dios, no al estilo del mundo (Sal 81). Esa justicia que sí, ciertamente se basa en lo que nosotros pensamos que es la justicia, que no se puede separarse de la experiencia que tenemos de lo justo y de lo injusto. No hay otra manera de entenderla si no partimos de esta disyuntiva. Pero evidentemente, esto comporta el riesgo de proyectar en Dios lo que nosotros experimentamos, de manera que, para acercarnos lo más posible a Dios, lo tenemos que hacer de muchas maneras. Decir que Dios es justo se apoya en la convicción de que Dios actúa en la historia. No de manera inmediata y apabullante, pues en Dios cohabitan el amor y la libertad que llevan a la gratuidad y a la gratitud, y, de todo esto, brota entender la justicia divina. Entra en relación con nosotros, pero nos deja plenamente libres, de manera que la acción divina no se impone. Dios actúa en la historia de los hombres y, en último término, que las situaciones injustas que conocemos o que nos afectan, serán superadas.

El hombre, como decía al inicio, ha torcido los valores y su definición y con eso se ha torcido él y entonces quienes habrían de tomar el puesto de Dios como imagen y semejanza de su justicia, para resolver disputas y traer la paz, se han corrompido y han cedido a la corriente de egoísmo que invade sobre todo la época actual y que les hace buscar ganancias sórdidas de dinero, de poder y de hedonismo traicionando a la justicia a la que juran servir y con la que prometen actuar. Los tribunales de justicia de muchas naciones creyentes en el pasado, se han hecho a veces guaridas de opresión. Muchos pobres de diversas partes del mundo buscan alivio en la justicia, y sus penas aumentan en vez de resolverse porque tanto en quienes pueden ayudar como en quienes se acercan a pedir, falta la justicia, que siempre va acompañada de gratitud de parte de quien algo recibe. Eso es lo que falló a los leprosos de los que el Evangelio de hoy nos habla. Falta la gratitud en aquellos que más deberían tenerla y así, pero justicia, ser agradecidos con quien ha sido justo dándoles la salud y con ello la salvación.

El salmista habla fuerte: «Aunque todos ustedes sean dioses e hijos del Altísimo, morirán como cualquier hombre, caerán como cualquier príncipe» recuerda a quienes tienen el poder de dar y se olvidan de que lo que pueden dar lo han recibido antes: «Protejan al pobre y al huérfano, hagan justicia al humilde y al necesitado, defiendan al desvalido y al pobre y líbrenlos de las manos del malvado». El tema de la justicia, como se dice: «a todos nos pega». El Papa Francisco en uno de sus mensajes durante la Jornada Mundial de la Juventud, hablando de los que pasan su tiempo apoltronados en sus sillones jugando con videojuegos, denunciaba a los comerciantes que falsifican sus balanzas, a los jueces corrompidos. Hablando del profeta Amós, que es un hombre sencillo, hijo de un pastor, denunciaba con fuerza las desigualdades sociales, la injusticia que aplasta a los pobres. Así, hablar de justicia de Dios, quiere decir que hay una injusticia en la tierra a la que hay que poner fin. Una injusticia tanto de los que tienen, como de los que aparentemente no tienen nada o han recibido poco. Pidámosle a la Santísima Virgen que ella nos ayude a saber ser justos y a proclamar la justicia no al estilo del mundo, sino al estilo de Dios. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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