domingo, 10 de noviembre de 2019

«Como a la niña de tus ojos»... Un pequeño pensamiento para hoy


¿Puede haber algo más delicado, más sensible y de mayor importancia que la niña del ojo? Los que por la gracia de Dios tienen una vista excelente y los dos ojos perfectos «y hasta de color», como se dice, tal vez no entiendan plenamente lo que Dios está queriendo decirnos en esta frase del salmo 16 [17] en la parte del mismo que hoy encontramos como salmo responsorial en la liturgia de la palabra (Sal 16 [17],8). Somos tan importantes para Dios que él cuida de cada uno como lo más delicado de su ser. Los ángeles de Dios están siempre vigilando nuestros pasos, por eso nos ha puesto un ángel de la guarda. Muchas veces el día termina y quizá alguien piense que fue un día sin mayores riesgos, pero, sin darnos cuenta, la mano poderosa de Dios salva nuestra vida de constantes y amenazantes peligros. En medio de la violencia constante de las grandes ciudades, rodeado de peligros apretujantes de asaltos y accidentes de tránsito, el Señor nos protege y, en el momento de enfrentar el peligro, cuando no hay más que hacer, él es quien da la fuerza para que ofrezcamos nuestra entrega, como en el caso de los mártires. 

Estamos en la pupila de Dios, y si permitimos que él entre en nuestras vidas y lo tomamos en cuenta para todo, él nos guardará y nos cuidará, aún cuando andemos en los valles de sombra de muerte. Dios quiere, este domingo, que sepamos que, como hijos que somos de él, nos ama tanto que estamos en su mirada y bajo su cuidado. Todos hemos escuchado esa frase tan común en muchas mamás de: «échale un ojito a mijo mientras estoy fuera», y sabemos que eso quiere decir que nos encargan al pequeño, que lo cuidemos mientras regresa la madre. El salmista nos recuerda hoy que Dios siempre nos está siempre «echando el ojo», cuidando para que no vaya de acuerdo a su voluntad nos suceda. Dios es omnipresente, él está en todos lados y no necesita encargarle a nadie que nos cuide mientras él no está, porque siempre está presente. Él nos cuida, él nos mira…. y no le pasa absolutamente nada por desapercibido. Él sabe perfectamente dónde y cómo estamos. Cada vez que celebramos la Eucaristía, cada vez que en ella anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección de Cristo, recordamos la mirada de Dios hacia nuestras vidas. Éste es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Dios nos mira, Dios cuida de nosotros y nos llama a la vida eterna. El Señor nos mira, el Señor fortalece nuestra debilidad, nos hace resistir a la tentación hasta llegar dar la vida por él si fuera preciso. 

Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos, pero es esa mirada del Señor la que nos sostiene y nos ayuda a ser fieles hasta la muerte para continuar viviendo en la casa celestial y recibir la corona de la vida. La liturgia nos recuerda al principio de este mes la existencia de ese otro mundo en el que moran nuestros difuntos. Esos que ya se fueron para no volver, aquellos que nosotros volveremos a encontrar después de nuestra propia muerte. Esos que nos fueron tan queridos, y a quienes debemos seguir queriendo y ayudando con nuestras oraciones y sufragios por sus almas, esos en quienes Dios sigue teniendo fija su mirada. Por eso en el Evangelio de hoy (Lc 20, 27-38) Jesús nos recuerda que es una verdad de fe que los muertos resucitan. Es, además, la verdad que cierra nuestra recitación del Credo cada domingo. Así el alma, una vez que el cuerpo muere, comparece ante esa mirada de Dios para rendir cuentas de sus actos. Recibe la sentencia y comienza de inmediato a cumplirla en espera de que el cuerpo se le una para sufrir o para gozar, según haya sido la sentencia divina. Cuando llegue el día del Juicio universal, entonces también los cuerpos volverán a la vida, se unirán para siempre con la propia alma. Desde ese momento se iniciará la historia que ya nunca acabará. Sin miedo, después de celebrar este domingo la Eucaristía —recordando que es una obligación—, salgamos acompañados de la mirada amorosa María dispuestos a dejarnos lmirar por Dios en las buenas y en las malas con la esperanza de heredar un día la Gloria que nos ha prometido. ¡Bendecido domingo! 

Padre Alfredo. 

P.D. Les invito a pedir por nuestros hermanos de Van-Clar —laicos de la Familia Inesiana— de los distintos grupos de México que están en su Asamblea Nacional en Atotonilco, Jalisco, México. Por mi parte, les mando mi bendición y los encomiendo en las celebraciones eucarísticas de este domingo.

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