miércoles, 27 de noviembre de 2019

«La creación entera alaba al Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Seguimos con el Cántico de Daniel (Cap. 3) como salmo responsorial para las misas de esta semana y así será hasta el viernes en que terminemos de recorrer este hermoso himno de alabanza que la Sagrada Escritura nos presenta. Hoy toca el turno a los versículos 62. 63. 64. 65. 66 y 67 en los que el autor sagrado invita al sol y a la luna, a las estrellas, a la lluvia y al rocío, al viento, al fuego y al calor, a los fríos y las heladas a bendecir al Señor. Este cántico nos ayuda a recordar que Dios creó el universo y todo lo que hay para darle gloria y alabanza, pero es el hombre el único que puede tomar voz y alabar al Señor en nombre de todas las demás criaturas que, con lo que son y lo que hacen le dan esa alabanza que nosotros podemos manifestar. Aunque Dios es omnipotente y no necesita mensajeros, decretó que el mundo funcione de acuerdo a leyes naturales. De esta forma, Él utiliza todas las cosas creadas y sobre todo sus criaturas, para cumplir con su voluntad y guiar al hombre hacia su destino. Por lo tanto, todo lo que puede afectar al hombre, ya sea una gota de lluvia o un relámpago, el sol y la luna, los vientos todos, está bajo el control directo de Dios. 

Decía San Agustín que Dios escribió dos libros. El primer libro que Dios escribió, según enseña el santo, no es la Biblia, sino la creación, la naturaleza, la vida. Es por el «Libro de la Vida» como Dios quiere hablar con nosotros. Dios creó las cosas hablando. Dijo: «¡Hágase la Luz!», y la luz comenzó a existir. Todo lo que existe es la expresión de una palabra divina. Cada ser humano es una palabra ambulante de Dios. Pero nosotros, al recitar este cántico de Daniel... ¿tenemos consciencia de eso? Mucha gente echa un rápido vistazo a la naturaleza y no piensa en Dios. Ya muchos no se dan cuenta de que estamos viviendo en medio del libro de Dios y de que somos una página viva de ese libro divino. San Agustín dice que fue el pecado, o sea, nuestra manía de querer dominar todo y de pensar que somos dueños de todo, lo que nos hizo perder la mirada de la contemplación de la naturaleza para encontrar en ella a Dios y su obra creadora. Ya no conseguimos descubrir cómo Dios está hablando en el Libro de la Vida. 

Ayer en la mañana, me llevaba Paco —mi ahijado diácono— al aeropuerto para que tomara el chirimbolo volador que me trajo a mi amada Selva de Cemento —CDMX— para realizar varias diligencias e íbamos gozando de un amanecer que, quienes viven en Monterrey lo habrán visto. Un amanecer con unos tonos de cielo impresionantes, hermosos, maravillosos, en un día que por regalo extraordinario de dios el smog dejaba ver. Era el sol, alabando al Señor en el amanecer, eran las nubes y los vientos que las habían dispuesto así, eran esas tonalidades hermosas... Por eso —así lo decía Agustín— la Biblia no fue escrita para sustituir al «Libro de la Vida». Al contrario, la Sagrada Biblia ue escrita para ayudarnos a entender mejor el «Libro de la Vida» y a descubrir en ella las señales de su presencia amorosa. La Biblia —decía también Agustín— nos devuelve la mirada de la contemplación y nos ayuda a descifrar el mundo y a hacer que el universo se torne nuevamente revelación de Dios, y vuelva a ser lo que es: «el Primer Libro de Dios». Que María Santísima nos ayude a gozar de la creación y a alabar, con ella, a nuestro Dios. Yo los saludo en este hermoso miércoles desde mi Selva de Cemento, mi querida tierra del Anáhuac. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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