martes, 26 de noviembre de 2019

«En medio de las vicisitudes de este mundo»... Un pequeño pensamiento para hoy


La liturgia de la Palabra de este día, insiste en dejarnos como salmo responsorial —al igual que ayer— un pequeño fragmento del capítulo 3 del libro de Daniel (Dn 3, 57-61). El contexto de este texto es muy interesante: Nabucodonosor, rey de los caldeos, hizo en Babilonia una estatua enorme y ordenó que, al toque de los instrumentos musicales, todos se postraran para adorarla, amenazando a quienes no lo hicieran con ser arrojados a un horno abrasador. Tres jóvenes judíos, Ananías, Azarías y Misael, fieles a su fe en Yahvé, se negaron a adorar la estatua, y el rey mandó que los arrojaran al horno. «Los siervos del rey que los habían arrojado al horno no cesaban de atizar el fuego. Las llamas se elevaban poco más de 20 metros por encima del horno y, al extenderse, abrasaron a los caldeos que se encontraban junto al horno. Pero el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, expulsó las llamas de fuego fuera del horno e hizo que una brisa refrescante recorriera el interior del horno, de manera que el fuego no los tocó lo más mínimo, ni les causó ningún daño o molestia. Entonces los tres se pusieron a cantar a coro, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno con este cántico que en estos días tenemos en parte como salmo responsorial. 

San Juan Pablo II, comentando este cántico que completo es bastante largo por cierto, nos dice que en medio de la condena recibida por manos del rey, los tres jóvenes «no dudan en cantar, en alegrarse, en alabar...», que para ellos «las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza» y que «ésta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor». San Juan Pablo II nos dice: «El Cántico, entonado por tres jóvenes que van a sufrir el martirio a causa de su fe, es una solemne alabanza al Señor por todas las maravillas del universo. Su fe suscita la intervención del Señor, que los protege de la muerte... El himno describe una especie de procesión cósmica, en el que todas las criaturas bendicen al Señor. El hombre —afirma el santo Papa— debe añadir a este concierto de alabanza su voz alegre y confiada, acompañada de una vida coherente y fiel (Audiencia General 10-07-2002). Y es que, al ir cerrando ya el ciclo de este año litúrgico, lo mejor que podemos hacer es alabar a Dios, cantarle por las inmensas maravillas que ha hecho en el mundo, a nuestro alrededor y en nosotros mismos. 

Entre guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo de los que nos habla el Evangelio de hoy (Lc 21,5-11) el hombre de fe se sabe amado por el Señor y librado del fuego de la mundanidad, de la soberbia, del orgullo, de las vanidades de este mundo que todas terminarán. El final de los tiempos está por llegar. No es inminente quizá, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, hay que cantarla, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte la Palabra de Dios el día de hoy, es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? «Cuídense de que nadie los engañe» dice hoy el Señor. Esta semana, y durante el Adviento, tendremos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría, lo que nos hace cantar a Dios. Cada día es volver a empezar la historia. María es la mujer que mejor canta en medio de las vicisitudes de este mundo, en tiempo de gozo y de dolor, de gloria y de luz, Ella canta. Cada día es tiempo de salvación, cada día es bueno para cantar al Señor, para alabarle, para darle gloria si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario