lunes, 25 de noviembre de 2019

«El final y al final»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Historia humana avanza siempre hacia un final. Por eso la Iglesia, consciente de esta realidad, en la última semana del «año litúrgico», nos propone una serie de textos «escatológicos», es decir, pasajes bíblicos que evocan el «fin de los tiempos». Con Jesús, ha llegado el gran giro de la historia. Nos encontramos ya en los «últimos tiempos» anunciados por los profetas; pero esperando la «manifestación definitiva» del Reino de Dios (cf. Tit 2,13). Sabemos siempre que como dice la famosa canción: «El final se acerca ya», porque la vida es tan corta que a todos nos llega el momento de dejar este mundo y a todos nos llegará también el juicio final a vivos y muertos. La Iglesia, para reforzarnos y concientizarnos en esto, toma hoy como salmo responsorial un pequeño fragmento del capítulo 3 del libro del profeta Daniel, un himno cantado por tres jóvenes israelitas que invitan a todas las criaturas a alabar a Dios en medio de una situación dramática que están viviendo. Los tres jóvenes perseguidos por el rey de Babilonia, que entonan este bellísimo cántico que la liturgia de los Laudes nos ofrece algunos domingos ordinarios y días de fiesta, se encuentran en el horno ardiente a causa de su fe. Y, sin embargo, a pesar de que están a punto de sufrir el martirio, no dudan en cantar, en alegrarse, en alabar. 

El dolor rudo y violento de la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la contemplación que todos deberíamos vivir aguardando la llegada del Señor. Precisamente esta actitud de confiado abandono es la que suscita la intervención divina en aquella situación y debería suscitarla en cada una de nuestras cuitas por la vida mientras llega el final de nuestra propia existencia y el final de los tiempos. Cuando dejamos que Dios lleve el control de nuestras vidas, las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento se cancela cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza aún en medio del dolor. Ésta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor. Las últimas páginas que leeremos del evangelio según san Lucas en estos días, se refieren también a un final, a los últimos días de la vida terrestre de Jesús, justo antes de la Pasión, final que es el inicio de un maravilloso comienzo. Jesús, cercana su muerte, tenía plena conciencia de su «fin» humano. Su último y gran discurso versa también sobre el «fin» de Jerusalén, y el «fin» del mundo... Este es un pensamiento que no debemos evitar ni temer, porque también nosotros caminamos hacia nuestro propio y definitivo «fin». 

El Evangelio de hoy con el ejemplo de la viuda (Lc 21,1-4), unido a esta visión que nos deja el libro de Daniel, nos deja bien en claro que Dios se nos ha dado totalmente: nos ha enviado a su Hijo, nos ha regalado en él lo mejor que tiene y él se ha entregado por todos además de que se nos sigue ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros en la entrega a lo largo del día de hoy? A Dios no le podemos ofrecer lo que nos sobra, aquello de lo que podemos prescindir. A Dios se le hace una verdadera ofrenda cuando damos, desde nuestra pobreza, lo que somos, lo que hacemos y tenemos. A Dios no le entregamos cosas, sino ante todo, nuestra existencia. Y se la entregamos no porque la consideremos de poco valor. La donamos generosamente porque sabemos que el hará con ella lo mejor para nosotros y para quienes nos van rodeando cada momento. Dios recibe nuestras vidas y las transforma en una ofrenda generosa y solidaria que llena de alegría el corazón. Que María Santísima nos cobije con su manto en esta última semana del tiempo ordinario y que pensemos mucho, con seriedad, en este tema del fin de nuestra vida, del fin del mundo y el inicio del banquete eterno en la Jerusalén celestial. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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