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Por lo pronto en este día en el que la Iglesia celebra al apóstol san Andrés, la Iglesia nos deja el último fragmento de los salmos con el que cerramos este ciclo litúrgico. Se trata de los versículos 2-3 y 4-5 del salmo 18 (19), pidiéndole a Dios «que su mensaje resuene en toda la tierra». El salmista nos recuerda que Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5), «proclaman», «pregonan» las maravillas de la obra divina (cf. v. 2), dejándonos ver un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos. Un testimonio callado como el de san Andrés y muchos otros santos cuyas vidas son casi desconocidas pero cuyo testimonio de vida brilla y alumbra a la humanidad. Andrés corre con el gozo de haber sido, muy probablemente, el primero que, en una tarde inolvidable, escuchó las palabras, nuevas para el mundo, de Jesús. Este recuerdo, siempre fresco ha quedado esculpido en el Evangelio (Mt 4,18-22). El Evangelio nos narra, en otro pasaje, aquel gozo espiritual, aquel descubrimiento insospechado que llenó de un entusiasmo sin doblez el corazón de Andrés quien al llegar a casa con la impresión de aquella impresionante entrevista, dijo a su hermano Pedro: «Hemos hallado el Mesías» (Jn 1,41-42) y Pedro, contagiado por la fe de su hermano, corrió a Jesús, y en Él encontró la hora inicial de una singular grandeza. Así empezó a granar el mensaje de Jesús en quien le quiere seguir. No fue ésta, sin embargo, la llamada definitiva. Andrés volvió a mojar sus pies en el lago de Genesaret, a echar las redes y a sufrir los encantos y desencantos anejos al duro oficio de pescador antes de dar el sí definitivo.
Así es nuestro caminar... a veces lento, a veces decidido y firme, a veces un poco inconstante, a veces con interrupciones que no quisiéramos que existieran porque amamos plenamente al Señor. Andrés, el apóstol, nos recuerda que participamos de los vicios y virtudes del común de los mortales, sometidos a una vida y un paisaje que influye hondamente en lo que somos y hacemos. En esta vida dura y áspera, con sus muchos fracasos y escasa alegrías, los salmistas y los santos como san Andrés, nos van alentando en el duro bregar con las altas olas y a navegar con la aparente quietud del mar que muchas veces en su interior encierra luchas y torbellinos que no se ven en la superficie y que también invitan a ir allá, a remar mar adentro y sumergirse para encontrar la belleza de la misericordia de Dios. Gracias por acompañarme en este camino de un año más. Deseo que cada uno vivamos plenamente nuestro Adviento que esta tarde iniciamos de la mano de María, que con ella hagamos de nuestra vida, como decía la beata María Inés Teresa: «un himno ininterrumpido al Señor» en donde nuestra vida sea una alabanza que haga «resonar» su amor a toda la tierra. ¡Bendecido sábado, último día de nuestro ciclo dominical «C» y de nuestro año «impar» de 2019!
Padre Alfredo.
P.D. Estas reflexiones aparecen diariamente también en mi Facebook: Alfredo Delgado Rangel. Desde mañana también en la página de Facebook: Padre Alfredo. Además se puede leer en mi twitter: @alfredodelgador.
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