jueves, 7 de noviembre de 2019

«Confiar en el Señor esperando todo de Él»... Un pequeño pensamiento para hoy


La inseguridad y la delincuencia, la maldad y la pobreza, son un gran problema con el que se vive día a día no sólo en México, sino en muchas otras naciones; por una parte basta traer a la memoria la serie de tiroteos en los Estados Unidos que han cobrado la vida de muchas personas, o el ataque propiciado apenas en las ruinas romanas de Gerasa, en Jordania, donde fueron apuñalados tres turistas mexicanos y cinco más de otra nacionalidad; por otra parte el 1% más rico de la población del mundo tiene más que el 99% restante. Con mayores expectativas de vida, menos mortalidad infantil y millones saliendo de la pobreza e ingresando a las clases medias, la Tierra experimenta sobrepoblación y consumo no sostenibles en el largo plazo. Hay puños de refugiados por todas partes que no sólo son desplazados, sino que también sufren violaciones y toda clase de penurias. Además, muchas cosas negativas en el mundo nos angustian porque nuestros cerebros están estructurados para prestar más atención a lo negativo que a lo positivo pues algunos investigadores afirman que nuestra amígdala cerebral se desarrolló en las sabanas de África Oriental hace 5,000 años para asegurar que la información conectada con posibles peligros fuera procesada y recordada con mucha más prioridad que la información vinculada a la seguridad y las oportunidades. 

La parte del salmo 26 (Sal 26,1.4.13-14) que hoy tenemos como salmo responsorial, es una pequeña muestra de este salmo que se hacen invitación a la confianza en Dios en tres situaciones de vida diferentes que el pueblo de aquel entonces y que, como vemos, se siguen viviendo cíclicamente a lo largo de nuestra historia. El salmista recuerda que hay momentos bélicos, abandono familiar y agresiones que se dan en la sociedad. El título hebreo atribuye como autor del salmo a David, perseguido por Saúl y antes de ser ungido rey en Hebrón, aunque para los especialistas hay que considerarlo como de la época exílica o postexílica. En el uso litúrgico, este salmo resuena non solo hoy, sino especialmente el viernes y el sábado santo, por habérselo apropiado Cristo, varón de dolores, que, confiado en el Padre, no pierde la virtud de la esperanza. La primera parte de lo que hoy leemos y hacemos oración invita a confiar en el Señor orientando nuestra oración a la alabanza, a pesar de los peligros que nos rodean; el versículo 13 recalca ese sentido de confianza que debe convierte en oración ante las pruebas de la vida y, finalmente, el versículo 14, nos presenta una especia de oráculo sacerdotal como conclusión de la acción litúrgica. La lógica de Dios, entre situaciones tan difíciles, es siempre una lógica muy diversa de la lógica humana. Podemos verlo en el Evangelio y los ejemplos que hoy pone (Lc 15,1-10): Al pastor se le pierde una oveja de las 99 que tiene y es capaz de dejarlas todas por ir tras ella, y, por otra parte, una mujer que pierde una moneda hace toda una fiesta por haberla encontrado... ¡Cuánto hace Dios para convertir al mundo! 

La Biblia dice que «el Señor es paciente porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento (2 Pe 3,9). Dios mismo nos enseña en el Evangelio, como el salmista también nos deja ver, que ante las cosas negativas que a todos suceden no basta retorcerse las manos y dejarse consumir por la preocupación hacia el futuro sino mirar con esperanza y actuar de inmediato para celebrar el gozo de la recuperación de lo que se ha perdido. EL sacerdote y místico moderno Ignacio Larrañaga (1928-2016) me deja ahora una oración que va en esta línea de meditación que sigo esta mañana y que comparto con ustedes: «Señor Jesús, tú guías sabiamente la historia de tu Iglesia y de las naciones, escucha ahora nuestra súplica. Nuestros idiomas se confunden como antaño en la torre de Babel. Somos hijos de un mismo Padre que tú nos revelaste y no sabemos ser hermanos, y el odio siembra más miedo y más muerte. Danos la paz que promete tu Evangelio, aquella que el mundo no puede dar. Enséñanos a construirla como fruto de la Verdad y de la Justicia. Escucha la imploración de María Madre y envíanos tu Espíritu Santo, para reconciliar en una gran familia a los corazones y los pueblos. Venga a nosotros el Reino del Amor, y confírmanos en la certeza de que tú estás con nosotros hasta el fin de los tiempos. Amén.» ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal! 

Padre Alfredo.

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