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Pero esa armonía, perdida a causa del pecado, quiere volver a acompañarnos a través de nuestra vida, pues el Señor nos invita a ser contemplativos. A nosotros corresponde conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas y no destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos, como sucede hoy con tantos espacios verdes que son olímpicamente devastados para que llegue «la civilización». El hombre no quiere entender que a Dios no lo puede ver, como no ve los pensamientos y por eso no capta que todo está a su servicio, pero debe ser utilizado, no como una explotación enriquecedora egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio del hombre redimido, la redención de Cristo alcanza a todas las criaturas que, unidas al hombre, bendicen al Señor. Hoy el Evangelio también nos habla de la naturaleza creadora de Dios, nos pone el ejemplo de la higuera y los demás árboles que, a su debido tiempo, deben dar frutos (Lc 21,29-33). Es imposible para nosotros que, al contemplar la obra hermosa de la creación no pensemos en Dios y darnos cuenta de que estamos llamados a producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu y completar con ello la obra creadora de Dios.
Otro astronauta —no el del relato con el que inicié mi reflexión— Charles Duke (Charlotte, Carolina del Norte; 3 de octubre de 1935), fue la décima persona en caminar sobre la Luna. El estadounidense participó como piloto del módulo lunar Orión en la misión Apolo 16 en abril de 1972 y años después exclamó: «Caminé en la Luna por tres días, pero caminar con Jesús es para siempre». Entre otras cosas «Charlie» —como le dicen sus amigos— se preguntaba: «¿Cómo es posible que ese libro —la Biblia— escrito tantísimos años antes de Cristo describiera la Tierra tal como yo la vi desde el espacio? El libro enseña que el mundo es redondo (Is 40,22) y se encuentra suspendido en el vacío (Jb 26,7). Fue Cristóbal Colón quien demostró, mucho después, que el mundo es redondo. ¿Cómo es posible que ese libro diga que los ríos van al mar y regresa el agua al río? En aquellos tiempos nadie podía caminar tantas leguas ni existían los medios para poder afirmar lo que hoy día entendemos como el fenómeno de la evaporación. (Ecl 1,7; Jb 36,27). La inspiración de ese libro tiene contenido divino, bien revelado». Ojalá ahora al llegar al último día de la semana laboral y académica para muchos, podamos leer de corrido este Cántico del capítulo 3 de Daniel y descubrir, como Charlie la grandeza de Dios. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio a Dios, amándolo no sólo de rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y fraternalmente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados. ¡Bendecido viernes ya de regreso en la Ciudad de las Montañas!
Padre Alfredo.
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