viernes, 29 de noviembre de 2019

«El astronauta»... Un pequeño pensamiento para hoy

Érase una vez un astronauta y un neurólogo que discutían, como mucha gente actualmente, sobre religión. El neurólogo era creyente, el astronauta era ateo. A fuerza el astronauta quería sostener la idea de que Dios no existe y convencer de ello al neurólogo. «He estado en el espacio muchas veces» —le contaba el astronauta al hombre de fe— «pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles». «Y yo he operado muchos cerebros inteligentes» —le contestó el neurólogo— «pero la verdad nunca he visto un solo pensamiento» y sin embargo éstos existen. Hoy terminamos de leer, en el salmo responsorial, las partes más significativas del cántico de Daniel en el capítulo 3 de este libro que la liturgia de la palabra nos ha colocado toda la semana —la última del año litúrgico— como salmo responsorial. El autor de este himno bellísimo nos ha invitado a ver a Dios sin verlo, es decir, nos ha invitado a descubrirlo en su obra, en lo que él ha creado. Todo —hemos visto en esta semana— debe unirse a la alabanza hecha al Nombre de Dios, pues todo nos habla de él. Este Dios al que contemplamos en la obra maravillosa de la creación, se ha convertido en nuestro Salvador. Sí, toda la tierra ha contemplado la victoria de nuestro Dios y el escritor sagrado invita a todas las naciones a bendecir el santo nombre de Dios. El texto de hoy es muy significativo, habla de las montañas y las colinas, de todas las plantas de la tierra, de las fuentes, los mares y los ríos, de las ballenas y los peces, de las aves del cielo, de las fieras y los ganados, e invita a todos a bendecir al Señor. ¡Qué hermosa armonía puede uno imaginar! No vemos a Dios directamente, pero sabemos que él existe y que manifiesta su amor en la obra creadora. 

Pero esa armonía, perdida a causa del pecado, quiere volver a acompañarnos a través de nuestra vida, pues el Señor nos invita a ser contemplativos. A nosotros corresponde conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas y no destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos, como sucede hoy con tantos espacios verdes que son olímpicamente devastados para que llegue «la civilización». El hombre no quiere entender que a Dios no lo puede ver, como no ve los pensamientos y por eso no capta que todo está a su servicio, pero debe ser utilizado, no como una explotación enriquecedora egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio del hombre redimido, la redención de Cristo alcanza a todas las criaturas que, unidas al hombre, bendicen al Señor. Hoy el Evangelio también nos habla de la naturaleza creadora de Dios, nos pone el ejemplo de la higuera y los demás árboles que, a su debido tiempo, deben dar frutos (Lc 21,29-33). Es imposible para nosotros que, al contemplar la obra hermosa de la creación no pensemos en Dios y darnos cuenta de que estamos llamados a producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu y completar con ello la obra creadora de Dios. 

Otro astronauta —no el del relato con el que inicié mi reflexión— Charles Duke (Charlotte, Carolina del Norte; 3 de octubre de 1935), fue la décima persona en caminar sobre la Luna. El estadounidense participó como piloto del módulo lunar Orión en la misión Apolo 16 en abril de 1972 y años después exclamó: «Caminé en la Luna por tres días, pero caminar con Jesús es para siempre». Entre otras cosas «Charlie» —como le dicen sus amigos— se preguntaba: «¿Cómo es posible que ese libro —la Biblia— escrito tantísimos años antes de Cristo describiera la Tierra tal como yo la vi desde el espacio? El libro enseña que el mundo es redondo (Is 40,22) y se encuentra suspendido en el vacío (Jb 26,7). Fue Cristóbal Colón quien demostró, mucho después, que el mundo es redondo. ¿Cómo es posible que ese libro diga que los ríos van al mar y regresa el agua al río? En aquellos tiempos nadie podía caminar tantas leguas ni existían los medios para poder afirmar lo que hoy día entendemos como el fenómeno de la evaporación. (Ecl 1,7; Jb 36,27). La inspiración de ese libro tiene contenido divino, bien revelado». Ojalá ahora al llegar al último día de la semana laboral y académica para muchos, podamos leer de corrido este Cántico del capítulo 3 de Daniel y descubrir, como Charlie la grandeza de Dios. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio a Dios, amándolo no sólo de rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y fraternalmente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados. ¡Bendecido viernes ya de regreso en la Ciudad de las Montañas! 

Padre Alfredo.

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