viernes, 15 de noviembre de 2019

«Los cielos proclaman la gloria de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Qué cosa tan tremenda! Ha pasado el mediodía y este padrecito no ha empezado a escribir su reflexión, esta que es siempre el resumen de mi oración mañanera que empieza con el abrir los ojos reconociendo las bondades del Señor. Hace algunas horas, mientras celebraba la Santa Misa de este día, como que me remordía la consciencia por haber dejado hambrientos a quienes empiezan el día leyendo mi mal hilvanada meditación que, de alguna manera, invita a ver el día con optimismo y vivirlo para gloria de Dios bajo la mirada de María, pero, luego me vinieron a la menta las palabras que ayer mismo, un hermano sacerdote de muchos años de experiencia —cuyo nombre no digo para no ventanearlo o balconearlo como dicen— me dijo: «¡Tú haz todo lo que puedas, todo lo que esté a tu alcance y el Señor estará contento con eso!». Y sí, cuánta razón. A veces si escribo muy temprano hay quienes con algún chascarrillo me hacen ver que les sonó o vibró el teléfono muy temprano y que ya no pudieron volver a reconciliar el sueño. Otras veces, como hoy, no falta quienes están hasta mortificados pensando que algo grave me ha pasado... ¡Gracias, mil gracias a todos por comprender que este pobre que les comparte un poco de su vida de oración y de unión con Dios es un ser humano común y corriente y espero no muy corriente! Pero sin más preámbulos que este que ya parece un artículo para alguna editorial, entre de lleno al precioso salmo 18 [19] que hoy la Iglesia nos ofrece en la Santa Misa como salmo responsorial y que algunos ya lo entonamos o recitamos en la Misa matutina. Los versículos del 2 al 5, de este salmo corto que tiene solamente 15, son una belleza. 

El salmista nos recuerda, el día de hoy, que todo en esta vida nos ha de hablar de Dios. El salmista nos muestra que hay una diferencia radical con respecto a la visión de la naturaleza del hombre de fe y del que no logra descubrir la acción divina y se confunde. El firmamento, el sol, la luna, las estrellas y todo lo que la creación nos muestra no es un dios, sino un conjunto de criaturas al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: «Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien» (Gn 1,14.16.18). El salmo comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de esa obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, «proclaman», «comunican» las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos y que nos recuerda hasta con algunos sonidos que tal vez hoy por tanto ruido no alcanzamos a percibir porque son pequeños susurros de la naturaleza, que Dios nos ama. La tierra, El fuego, el viento, la bóveda estrellada, la ola impetuosa... ¡todo nos habla de Dios! 

Pero con todo y esa belleza, sabemos que esto que aquí contemplamos nos es permanente. Algún día, el menos pensado, cuando el Señor venga a juzgar a vivos y muertos, este mundo inmenso y maravilloso que Dios ha creado terminará y se transformará para nosotros en el espacio para vivir eternamente con el Señor. A medida que el año litúrgico se acerca a su fin —nos faltan solo dos semanas—, nuestro pensamiento se orienta hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. Jesús sube hacia Jerusalén, nos dice el Evangelio de hoy (Lc 17, 26-37) su pensamiento se orienta hacia el último fin. Cada vez que a algo le llega «su fin», deberíamos ver en ello un anuncio y una advertencia. Estamos en una sociedad de consumista y tan materialista —basta pensar en la euforia por las ofertas del buen fin y próximamente el black Friday— que parece que es fácil olvidar que todo eso es tan efímero y pasajero, que llega hasta dejar ciegos a muchos y a no ver nada más allá de todo esto que podemos percibir a primera vista. No escribo más, me quedo solamente con esto y propongo firmemente seguir haciendo el esfuerzo de escribir lo más temprano que pueda compartiendo lo que el Señor trae a mi mente y a mi corazón en la oración de cada día. Bajo la mirada amorosa de María mando a todos mi bendición en reparación por el retraso. ¡Bendecido resto de lo que queda de este viernes! 

Padre Alfredo.

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