A MANERA DE INTRODUCCIÓN.
No hay duda de que la Pascua anual es la celebración litúrgica cristiana más antigua después del domingo. Esta fiesta se inició para celebrar solemnemente la Muerte y Resurrección de Cristo, de tal modo que durante el festejo se acentuara la memoria de la Pasión, la experiencia sacramental de la Resurrección y la espera del retorno definitivo del Señor.
La mayoría de los historiadores y liturgos sostienen que esta celebración surgió en el siglo II, en el día en que se consideraba el aniversario del acontecimiento, el 14 de Nisán o la noche del sábado al domingo siguiente a esa fecha. Hay quienes piensan que fue introducida por influjo del Oriente, donde la celebración del domingo de Pascua, instituido en Jerusalén hacia el año 135, se extendió a Alejandría y a las demás cristiandades helenísticas. Originalmente esta celebración consistió en una larga vigilia de oración que culminaba en la celebración de la Eucaristía. Mucho tiempo después, en el siglo IV, se incorporó la liturgia bautismal. Lo más tardío de la fiesta de Pascua es la introducción del lucernario (Fuego Nuevo) y la bendición del cirio pascual.
1. ALGO SOBRE LA CINCUENTENA Y EL TRIDUO PASCUAL.
Este núcleo embronario no tardó en sufrir ampliaciones. De hecho, Tertuliano habla ya de un ayuno previo de dos días, que en la Didascalia del siglo III, dice que dura una semana.
Tertuliano se refiere también a un período de tiempo, al que califica de «spatium pentecostes» y «spatium laetissimum», que dura cincuenta días y se caracteriza por ser un tiempo de especial alegría. El alargamiento previo a la vigilia, del que habla Tertuliano, también comprendía en la Tradición Apostólica, más o menos en el año 215, el viernes y el sábado precedentes. Estos días, junto con el domingo de Resurrección, constituyen lo que san Ambrosio y san Agustín llamarán «Triduum Sacrum» o sacratissimum triduum crucifixi, sepulti et resuscitati.
La cincuentena fue posteriormente objeto de ampliaciones y retoques, sobre todo al solemnizarse la octava de Pascua y al crearse la de Pentecostés, todo ello entre el siglo IV y el VIII.
2. LA SEMANA SANTA EN LA HISTORIA.
El documento llamado Peregrina Eteria, del siglo IV, ofrece el primer testimonio de la Semana Santa tal y como fue programándose posteriormente.
Fue hasta el siglo V en que el último domingo de la cuaresma encontró en la liturgia romana su forma definitiva como «Domingo de Ramos» o como se le designara en el siglo X: «Domingo de la Pasión» y es cuando se habla ya de una procesión.
Los días lunes, martes y miércoles de Semana Santa, poco a poco fueron tomando una liturgia especial, aunque se sabe que en tiempo de san León, el miércoles santo poseía una celebración litúrgica sin Misa, como preparación al Triduo Sacro. Parece que la Misa del miércoles santo se introdujo entre los años 461 y 468, durante el pontificado de Hilario I. El lunes se tenía la Misa sencilla, el martes se leía el lavatorio de los pies y el miércoles se leía la pasión según san Lucas, posteriormente el lavatorio se pasó al Jueves Santo y el martes se leía la pasión según san Marcos.
Desde el año 380 se empezó a celebrar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, a la hora de Nona. Es en el concilio de Cartago, del año 397, cuando a ese día se le da el nombre de: «In Coena Domini» (La Cena del Señor). La historia nos dice que en tiempos de san Agustín se celebraban ese día dos misas, una para terminar el ayuno y otra para conmemorar la institución de la Eucaristía. En el siglo VII la Misa de la mañana era para la reconciliación de los penitentes. Luego se empezó a celebrar una tercera Misa, que con el tiempo desplazó a la Misa de término del ayuno, se trata de la Misa Crismal que hoy conocemos y que se enmarca aún en el ambiente de Cuaresma. El viernes Santo, por su parte, se viene celebrando en Roma desde el siglo VII.
3. LA CUARESMA.
Hacia el año 332, Eusebio de Cesarea habla de una preparación pascual de cuarenta días, a la que considera como una institución bien conocida, claramente configurada y, hasta cierto punto, consolidada. Ello hace pensar razonablemente en la existencia, al menos en algunas iglesias, de la Cuaresma en el siglo IV.
En Roma la preparación pascual comprendía tres semanas hacia finales del siglo III. En ellas se ayunaba rigurosamente, excepto los sábados y los domingos. Hacia el año 385 la preparación se alargó a seis semanas, excepto el viernes y sábado últimos, pertenecientes al Triduo Sacro.
Desde finales del siglo II, existen testimonios de una preparación pascual de dos días. Durante ellos se hacía un ayuno riguroso de carácter escatológico, es decir, un ayuno por la ausencia de Cristo Esposo. Poco después, la Didascalia, habla de una preparación que dura una semana en la que se ayuna, si bien el ayuno tiene ya también un sentido ascético. En Roma, a finales del siglo III existía una preparación de tres semanas, en las que se ayunaba diariamente, excepto sábados y domingos.
Propiamente el nacimiento de la Cuaresma, como tal, tiene lugar durante el siglo IV, según, como he mencionado, gracias al testimonio escrito de Eusebio de Cesarea, y durante ese mismo siglo se consolida, tanto en oriente como en occidente. Hacia el año 385, la preparación pascual se alargó a seis semanas, también con el ayuno diario, excepto sábados y domingos, el último viernes y el último sábado, que pertenecían ya al Triduo Sacro. Al primer domingo de Cuaresma se le llamaba quadragesimale initium y a partir de allí se contaban 40 días.
A finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes anteriores a ese domingo, cobraron tal relieve, que se convirtieron en una preparación al ayuno pascual. Luego, durante los siglos VI y VII, se varió el cómputo del ayuno. De este modo, se pasó de una Cuadragésima (cuarenta días que van del primer domingo de Cuaresma hasta el Jueves Santo), a una Quinquagésima (cincuenta días, contados desde el domingo anterior al primer domingo de Cuaresma hasta el de Pascua), luego a una Sexagésima (sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el miércoles de la octava de Pascua), y por último, a una Septuagésima (setenta días, ganando un domingo más y concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía carácter ascético y debió introducirse por influencias que llegaron del Oriente.
Esta evolución de tipo cuantitativo se extendió también a las celebraciones. Así, la Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y los viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la statio, cada día en una iglesia diferente. En tiempos de san León (440-461) se añadieron los lunes. Posteriormente los martes y los sábados. Por último, durante el pontificado de Gregorio II (715-731) se añadió el jueves, como día litúrgico, para completar la semana.
Desde aquel entonces, se aprecia en la Cuaresma romana tradicional un triple componente: la preparación pascual de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.
La preparación de la comunidad cristiana a la Pascua se vivía, según san León, «como un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana». Se trataba, por tanto, de un tiempo —introducido por imitación de Cristo y de Moisés— en el que la comunidad cristiana se esforzaba por realizar una profunda renovación interior. Los variados ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esa finalidad última y no eran fines en sí mismos.
Según la Tradición Apostólica, el catecumenado comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los audientes recibía una profunda formación doctrinal y se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de la Vigilia Pascual, el grupo de los elegidos para recibir en ella el bautismo, se sometía a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por la mañana, que era ya la preparación más próxima del catecumenado simple.
Más tarde la Iglesia desplazó su preocupación de los audientes a los electi. Estos se inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En ella recibían una preparación minuciosa e inmediata.
A principios del siglo VI despareció el catecumenado simple, se hicieron raros los bautismos de adultos, y los niños que se presentaban para ser bautizados procedían de medios cristianos. Todo eso provocó una reorganización prebautismal. Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e instrucciones, se hacían los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma, respectivamente. En la segunda mitad del siglo VI, los escrutinios se aumentaron a siete, todos relacionados con la Misa y algunos se realizaban entre semana.
Desde esta perspectiva es fácil comprender que la preparación de los catecúmenos y su organización fue modelando la liturgia y el espíritu propios de la Cuaresma. De hecho los temas relacionados con el bautismo permearon la liturgia cuaresmal. Aún los ayunos, que se hacían pensando en los penitentes, se hacían pensando también en los catecúmenos.
La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los escrutinios se desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando una nueva reorganización. Sin embargo, el mayor cambio que se hizo afectó a la Cuaresma misma, que pasó a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a realizar una revisión profunda de su vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica conversión, a celebrar el misterio de la Pascua. Quedó clausurada la perpectiva abierta por la institución penitencial y el catecumenado, con menoscabo de la teología bautismal.
La reconciliación de los penitentes sometidos a la penitencia canónica, se asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se inscribían como tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período cuaresmal recorrían el último tramo de su itinerario penitencial, entregados a severas penitencias corporales y a oraciones muy intensas, con las que ultimaban el proceso de conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los penitentes.
La imposición de la ceniza, es, un ejemplo calro de uno de estos testimonios penitenciales de la liturgia cuaresmal. Se hacía antes de empezar la Misa.
4. LA PRECUARESMA.
De este punto no hay mucho que decir, bastará saber que el proceso de ampliación prepascual se extendió a cincuenta días en el siglo VI, a sesenta a fines de ese siglo y principios del VII y finalmente a setenta en pleno siglo VII.
5. EL CICLO PASCUAL SEGÚN EL NUEVO CALENDARIO ROMANO.
Según el Calendario Romano que ahora tenemos, la celebración de la Pascua comprende:
a) El «Triduo Sacro», cuyo centro es la «Vigilia Pascual» y se extiende desde la misa vespertina «In Coena Domini» del Jueves Santo, hasta las segundas vísperas del Domingo de Resurrección.
b) La Cuaresma, que se inicia con el «Miércoles de Ceniza» y concluye inmediatamente antes de la misa «In Coena Domini».
c) La «Cincuentena Pascual», que es el periodo comprendido entre el Domingo de Resurrección y Pentecostés.
Han desparecido lo que se llamaba el tiempo de septuagésima y la octava de Pentecostés. Los domingos del tiempo pascual se denominan «Domingos de Pascua». Los ocho primeros días pascuales forman la octava de Pascua y los días cuadragésimo y quincuagésimo conmemoran la Ascensión y Pentecostés, respectivamente.
Padre Alfredo.