viernes, 1 de diciembre de 2017

«SIGNOS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Empezamos hoy el último mes de este año de 2017. Hoy el Señor nos dice en el santo Evangelio de la Misa de hoy, que «el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán.» (Lc 21,29-33). Jesús, dirigiendo su mirada exterior e interior hacia la higuera, nos deja, por así decir, las últimas recomendaciones del llamado «Discurso Apocalíptico» con el tema del fin del mundo. El Señor insiste en dos puntos. Por una parte la atención que hay que dar a los signos de los tiempos (Lc 21,29-31) y por otra parte nos sitúa en la esperanza, fundada en la firmeza de la palabra de Jesús, que expulsa el miedo y el desaliento (Lc 21,32-33). Jesús sabe que naturaleza tiene su ritmo y anuncia, con los diversos cambios de clima y épocas del año, lo que está por llegar. Fijándose en eso y viendo la higuera, nos hace una indicación: igual que cuando un árbol empieza a echar sus brotes y sabemos que el verano está cerca, tenemos que ser capaces de distinguir los signos que apuntan al Reino de Dios y que, muchas veces, van al contrario de los signos de este mundo en donde parece reinar la mentira, el mal, el error y otra serie de antivalores. Es el reinado de Dios y su justicia, que comienza a hacerse presente en nuestro mundo y que esperamos que llegue a ser pleno al final de los tiempos se ve en los signos que nosotros mismos vamos viviendo y mostrando al mundo. Ahora vemos los brotes… que llegarán a dar todo su fruto en la eternidad.

Hay gente que dice que no ve signos y hay quienes los ven de más. Hay quienes no quieren cambios y otros que esperan siempre la novedad. Algunos esperan el retorno inminente de Jesús asustados por confundir signos ordinarios con extraordinarios y otros, sumergidos en un mundo de pecado, ni se inmutan ante las situaciones en donde claramente se percibe la presencia de Dios. Para nosotros, discípulos-misioneros, de Jesús, el Reino está ya —aunque no de forma completa—en medio de nosotros porque él está (Mt 28,20). Cristo camina a nuestro lado en la lucha por la justicia, por la paz, por la vida, en la búsqueda de establecer la civilización del amor. Pero la plenitud no ha llegado todavía. Por esto, esperamos con firme esperanza la liberación total de la humanidad y de la naturaleza (Rm 8,22-25). En medio de todo esto, hay hasta quienes llegan a calcular la fecha exacta del fin del mundo. En el pasado, a partir de los «mil años» mencionados en el Apocalipsis (Ap 20,7), la gente solía decir: «¡El año 1000 pasó, pero el 2000 no pasará!» Por esto, en la medida en que se iba acercando el año 2000, muchos quedaban preocupados. Pero en año 2000 pasó y nada aconteció. ¡El fin del mundo no llegó! 

La misma situación que vemos se vive en unos con tanta inquietud, se veía en las comunidades cristianas de los primeros siglos. La gente vivía en la expectativa de la venida imperiosa de Jesús. El Señor vendría a realizar el Juicio Final para terminar con la historia injusta del mundo acá abajo e inaugurar una nueva fase de la historia, la fase definitiva del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra. Aquellos primeros cristianos pensaban que esto ocurriría dentro de una o dos generaciones. Creían que mucha gente estaría con vida todavía cuando Jesús iba a aparecer glorioso en el cielo (1Ts 4,16-17; Mc 9,1). Y había hasta personas que habían dejado de trabajar, porque pensaban que la venida fuera cosa de pocos días o de semanas (2Ts 2,1-3; 3,11). Así pensaban. Pero hasta ahora, la venida de Jesús ¡todavía no ha ocurrido! ¿Cómo entender esta demora? En las calles de la ciudad —sobre todo nuestros hermanos separados— pintan en las paredes las palabras «Jesús volverá» pero como para dar miedo y obligar a la gente a ir a una determinada iglesia. Lo cierto es que vendrá y no avisará. Hay que esperarlo con la misma esperanza de la Virgen María, que, con su «sí», abrió la puerta a la llegada del Reino para deshacer el nudo de lo antiguo, para abrazar, con paciencia y ternura —como el ritmo de la naturaleza—, el camino que nos lleva a Dios para que Él establezca, con su misericordia de Padre, el Reino de su Hijo en nosotros. ¡Que Dios te colme de bendiciones en este mes de diciembre!

Padre Alfredo.

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