lunes, 4 de diciembre de 2017

«Vamos»... Un pequeño pensamiento para hoy

Desde ayer comenzamos un tiempo litúrgico nuevo, el tiempo de Adviento, un tiempo de esperanza. Inicio del año litúrgico (Año B para el ciclo dominical y año par para el ciclo diario). El Adviento es un momento privilegiado para reestrenarse, y que mejor que hacerlo dejando que resuene en nuestros oídos y corazón el anhelo que el profeta Isaías nos grita: «¡Vengan, Vamos, Vayamos..!» (cf. Is 2,3). Es imposible sordearnos —como se dice en Monterrey— ante un oráculo de este calibre, porque urge que Cristo reine (1 Cor 15,25). El profeta Isaías es uno de esos genios que aparecen de vez en cuando en la historia de la humanidad. Vivió en Jerusalén hacia el año 750, años espantosos para el reino de Judá que había sido prácticamente destruido. En medio de tanta angustia, Isaías tiene el valor de anunciar al pueblo que, si son fieles al Señor, el triunfo del Señor llegará: Jerusalén será restaurada, se venerará al Señor en su santo templo, y el pueblo será «El Pueblo Santo», «El Pueblo de Dios», que será luz de las naciones.

Como discípulos-misioneros, en medio de un mundo que también tiene sus angustias, hemos de entender estas palabras como una visión profética del triunfo definitivo de Dios y captar que se trata de una visión del fin de los tiempos en positivo, no como destrucción y catástrofe, sino como culminación, plenitud, realización plena: «Dios será todo en todos». Es común que entre ambientes cristianos y en concreto católicos, se insista muchas veces en el final como catástrofe, y mejor no se toque el tema; pero la Sagrada Escritura está llena de esperanza, dejándonos imágenes del triunfo final de Dios, de la plenitud de la humanidad que encuentra finalmente la luz de Dios. En esta época donde la publicidad nos bombardea con tanta negatividad por un lado y con tantos «reclamos de felicidad y bienestar terrenal», es imprescindible que podamos reconocer la verdadera luz y quién la irradia, para estar preparados para ese final, ya sea que nos toque en esta vida o en la eterna, porque hay que recordar que en el Credo rezamos diciendo que «ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos». Aquel día llegará la luz para disipar las sombras. Llegará la paz y la tranquilidad. Llegará el amor definitivo. la realización plena de todas las ilusiones. Llegará la vida eterna.

¡Qué imágenes tan esperanzadoras las de Isaías! Pero solo se harán realidad si nos dejamos formar por Dios; y qué mejor oración para este tiempo de Adviento que suplicar para cada uno de nosotros, y por esta humanidad amada por Dios: «el de no adiestrarnos más para la guerra y la violencia, convirtiéndonos en caminantes tras la luz del Señor.» En el Evangelio de hoy (Mt 8,5-11), un oficial romano, nos deja ver su compasión ante el dolor y debilidad del otro, esta actitud es la que le empuja a acercarse a Jesús. No le frena el que sea de otro pueblo y otras creencias. Aquí se confirma o se autentifica lo anunciado por Isaías: «hacia Él caminaran muchos pueblos» (Is 2,3). No podemos olvidar nuestra condición de misioneros y el misionero es un hombre y una mujer de esperanza; alguien que siempre anuncia algo mejor. ¿Qué no podremos pensar en arados nuevos forjados de espadas viejas y podaderas hechas de lanzas desechadas? ¿Cuántas veces hemos orado para que no levante la espada pueblo contra pueblo, ni hermano contra hermano? Hay que vivir plenamente nuestro Adviento, que el Señor, quien ya vino una vez gracias al «sí de María», volverá lleno de gloria. Hay mucha esperanza por recorrer, una bendita esperanza, que reestrenamos en este hermoso litúrgico en el que podemos seguir conociendo y recorriendo los caminos del Señor con un GPS o un navegador especial cuya voz es la de la misma María, la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Esperanza que nos irá indicando: «Hagan lo que Él les diga». Vayamos jubilosos al encuentro de nuestro Salvador. ¡Que Dios te bendiga en este lunes!

Padre Alfredo.

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