En las palabras que el Señor nos dirige este día en el libro del profeta Isaías hay una amarga queja: «¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos!» (Is 48,18). Todo lo que Dios hace y dice es para nuestro beneficio, pues es el primer interesado en nuestro bienestar, ya lo decíamos ayer, Él es un Padre bueno y cariñoso que nos ama. El conocer todas las enseñanzas divinas debería impulsar a todo discípulo-misionero de Cristo a escuchar al Padre para ser, como decía la beata María Inés: «una copia fiel de Jesús». En el pasaje de la primera lectura de la Misa de hoy, Dios está apenado por la hipocresía del pueblo escogido y su terca negativa a confiar en sus promesas. Aun así, quiere enseñarles por su propio bien. Prevé un período de refinación que llevará a la restitución de un resto fiel que regresará a su tierra y esperará la llegada del Mesías. Dios desea de todo corazón que las gentes restablezcan su relación con él y presten atención a sus mandamientos. La adoración verdadera (en espíritu y en verdad Jn 4,23-24) se basa en la obediencia a los mandamientos. Israel no puede seguir la senda correcta a menos que se le enseñe «el camino que debe seguir» (Is 48,17).
¡Qué exhortación tan sincera les dirige el Señor todopoderoso! (Dt 5,29; Sal 81,13.) En lugar de ir al destierro, los israelitas tienen la oportunidad de disfrutar de una paz tan abundante como el agua de un río (Sal 119,165). Sus actos de justicia podrían ser tan innumerables como las olas del mar (Amós 5,24). Dios, que realmente se interesa por ellos, les muestra amorosamente el camino correcto y los exhorta a andar por él. ¡Cuánto le gustaría que lo escucharan! Yo quiero hablar ahora de una bella mujer que gustó siempre de escuchar al Señor y seguir sus mandamientos. Las vísperas del día 12 fue llamada a la Casa del Padre mi querida María de Jesús, una «mujerona», como dicen en mi tierra cuando alguna señora se distingue en algo y conocida como la señora Cornejo (por el apellido de su esposo quien hace años murió y también recuerdo con cariño y admiración), vivió llena de Dios hasta sus últimos momentos en la tierra. Su paso por el mundo, es un ejemplo de cómo puede alguien vivir obedeciendo los mandatos del Señor en las diversas etapas de la vida... ¡Y vaya que la vida de María de Jesús no fue fácil... pero fue hermosa, porque en todo momento fue para Dios como esposa, madre y apóstol, una mujer de primera línea!
Seguir los mandamientos de Dios es moverse por la vida «a su ritmo», y no con caprichos o negativas que a nada conducen, como muestra la perícopa del Evangelio de hoy (Mt 11,16-19). Con el ejemplo de aquellas gentes a quienes nada les viene bien, porque ya sea que se comparta con ellos la alegría –tocar la flauta–, o se comparta con ellos el dolor –entonar cantos fúnebres–, puesto que se mantienen siempre indiferentes permaneciendo aislados en su encierro egoísta, Jesús ejemplifica a «esta generación», es decir, a la humanidad entera que, como consecuencia del pecado original, se obstina en rechazar el mensaje de la salvación que viene de parte de Dios, ya sea en la persona del Bautista, o en la Persona misma de Jesucristo. Los últimos años de María de Jesús, que por muchísimo tiempo vivió en Monterrey, los pasó en Guadalajara... hubo que dejar casa, la mayor parte de la familia, amigos, su queridísima Agrupación de Esposas Cristianas, a cambio de un lugar que ofrecía todos los cuidados necesarios hasta los últimos momentos en casa de una de sus hijas. Ella había dado a la Iglesia una hija religiosa y una familia formada en la fe; ahora el Señor, invitándola a obedecer sus mandatos, le pedía dejarlo todo. Ese es el sí no sólo de ella, sino el tuyo y el mío, porque nada nos pertenece y nada podemos hacer sin obedecer los mandatos del Señor, por eso María Santísima, en este tiempo de Adviento y siempre nos dirá: «Hagan lo que él les diga». ¡Cómo quisiera volar hasta Monterrey para acompañar a la familia de esta encantadora dama hoy que será velada allá! Pero, hay que obedecer los mandatos del Señor y Él me tiene ahora aquí, en mi jungla de cemento capitalino, gozoso de poderle servir en un huequito de su plan mientras a mí también me llama a juicio o viene por segunda vez por todos. ¡Ven, Señor Jesús y enséñanos a obedecer los mandatos de tu Padre como tú!
Padre Alfredo.
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