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En medio de la agitación de nuestros tiempos y con una final de futbol nacional encima —y saben que yo soy Tigre y tengo esperanza en ellos—recibimos, este domingo, un mensaje maravilloso y lleno de palabras de consuelo y fortaleza para todos, ganemos o perdamos. Nada de amenazas y desventuras semejantes a los mensajes catastrofistas de algunas supuestas apariciones revelaciones de los últimos tiempos, sino esperanza con paciencia. Las palabras de Isaías —sintonizando con las de la Segunda Carta de Pedro— son todas de consuelo y de gracia, como las palabras de Jesús. Sus anuncios son todos de liberación y recompensa, como los de Jesús. Sus imágenes son todas sugestivas y entrañables, como las de Jesús. Pero, para poder captar esto, se requiere saber leer los signos de los tiempos y aferrarse al Señor Jesús y a su propuesta de vida. De esta manera, es fácil captar que Dios no castiga, porque es un pastor que ama a su rebaño, al cual corrige y endereza con esperanza. A pesar de la situación angustiante que se vive en los tiempos del profeta y en los nuestros: sin patria para muchos, sin gobierno en tantas partes, sin leyes justas para algunos, sin templo para los perseguidos, Isaías nos recuerda: «Aquí está su Dios». Y el Señor viene con la ternura de una madre, con la fuerza de un libertador, con el cayado de un buen pastor.
El mensaje de Isaías, como el de la Segunda Carta de Pedro, siguen siendo válidos como lo fueron en tiempos de Juan el Bautista, que fue el precursor del Señor. La Iglesia, al llegar el Adviento, actualiza estas palabras con el mismo vigor y energía del Bautista, con su misma urgencia y claridad: «Conviértanse porque está cerca el Reino de los Cielos... Preparen el camino del Señor, allanen su sendero». Desde la austeridad, la justicia y la honradez, Juan se dirige a sus contemporáneos y les anuncia que la llegada de Dios está cerca. Les pide reordenar sus vidas, mejorar sus caminos y pedir perdón por sus pecados. Y ello es igual para nosotros hoy: no podremos cambiar si no nos convertimos. Podemos, quizá, tener en el corazón una chispita de presencia del Señor, pero si nuestra vida cotidiana queda marcada por el desorden, por la injusticia, por la insolidaridad, por el pecado social del mundo actual; no podremos ver a Jesús aunque pase por delante de nosotros. Sí, también hoy es preciso que todo discípulo-misionero del Señor cambie de conducta, también hoy es necesaria una profunda conversión: Arrepentirnos sinceramente de nuestras faltas y pecados, confesarnos, reparar el daño que hicimos y emprender una nueva vida de santidad y justicia nos dará el gozo de vivir un Adviento venturoso caminando con paciencia llenos de esperanza. Acompañemos a María en este tiempo de espera y vayamos haciendo un espacio para Jesús en nuestro corazón, en el de nuestra familia, en el de nuestra comunidad. ¡A pedir paciencia para no desfallecer en el camino de conversión y a pedir esperanza para recibir a Jesús! Bien podemos hacerlo con María en la Misa de hoy... ¡Y que gane el mejor en el futbol!
Padre Alfredo.
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