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El ser humano no se satisface plenamente en su relación con las cosas —como insisten en vendernos estos días con todos los reclamos publicitarios—. Dios, para seguir llegando al corazón de cada hombre en la humanidad, tiene un proyecto para cada uno de nosotros, de manera que seamos instrumentos de su gracia y ocupemos un puesto en la historia de la salvación. Ni la esposa de Manoa ni Isabel, la esposa de Zacarías, serían la madre del Mesías, pero sí darían a luz a dos grandes hombres que prefigurarían el gozo de la llegada del Salvador. Curiosamente se trata de dos mujeres «estériles»: Por un lado la esposa de Manoa es bendecida con la visita del ángel del Señor y la fertilidad de su hijo Sansón, futuro jefe carismático de Israel; por otro, Isabel, la esposa de Zacarías, bendecida con la fertilidad de su hijo Juan, el Bautista, anunciada a su esposo por el Ángel Gabriel.
Dios es capaz de transformar dos situaciones de esterilidad en fertilidad. La fe de estas dos mujeres bíblicas es premiada con la fertilidad. Hoy, la mayor desgracia para mucha gente, aunque no se den cuenta, es «caminar» sin ton ni son por la vida en una esterilidad sin frutos. Comprando sin pena ni gloria para llenarse cosas sin ir al encuentro del Mesías, sin ir al encuentro de nadie. Tal vez muchos de ellos pasen por este mundo sin dejar nada significativo, sino un montón de deudas de tarjetas «hasta el tope», que se pagarán por sí solas gracias a la llegada inesperada de la muerte. No nos puede pasar así a nosotros. El nacimiento de Jesús debe hacernos fértiles, porque nos llena de vida, de amor, de paz, de esperanza, de gozo y alegría, para repartirla a los demás en nuestra condición de discípulos-misioneros, a imagen de las piñatas que ahora se quiebran noche a noche en las posadas y llenan de alegría a los que corren a recoger los dulces y la fruta que brota al golpe de «dale, dale, dale, no pierdas el tino...» El amor del Mesías anhelado, que ya llega, nos fecunda para que nosotros sigamos amando allí donde estemos. Eso es ser fértiles. Eso es entender que «Dios está en camino hacia nosotros y nosotros hacia él». Pidámosle a María, que también va en «camino» pidiendo posada con José, que nos permita encontrar y recibir a su Hijo Jesús, y que nos alcance la gracia de sostener nuestro corazón en el arduo trabajo diario de santificación, buscando posada para Jesús en el propio corazón y en el de quienes nos rodean. Amén.
Padre Alfredo.
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