Hoy nos volvemos a encontrar de nueva cuenta con Isaías, quien en la primera lectura de la Liturgia de la Misa de hoy nos ofrece el texto en el que la Iglesia ha visto un anuncio de «El Mesías Salvador», el verdadero y definitivo «Dios-Con-Nosotros», Emmanuel. La invitación del texto de Isaías es clara, se centra en algo esencial para nosotros en este tiempo de Adviento: El profeta nos invita a ser fieles al Señor y tener confianza, porque nos va a nacer un rey salvador, que será «Dios-con-nosotros». El niño al que Isaías se refiere pudo ser históricamente el mismo hijo del rey, próximo a nacer. Pero, en el contexto profético, no puede quedar duda de que designa ya al Mesías. Y con él –como parte integrante del mismo signo– queda asociada la madre siempre virgen. Dios presenta ese milagro con la partícula «he aquí» (ecce) que señala que va a manifestarse un signo de poder. Así veíamos ayer en el nacimiento de Sansón (Jueces 18,7), de Juan Bautista (Lucas 1,20), por ejemplo. El «he aquí», que anuncia la concepción y el parto virginal de Cristo, tiene un sentido de señal de que nacerá alguien poderoso.
Vista la profecía ya cumplida en Cristo, con una mirada retrospectiva, nos es obvio concluir que esa Virgen de la que habla el profeta es María. No podría ser (de ninguna manera lo dice el texto) que la señal fuera una simple y común concepción. De haber sido así, no sería una señal para nadie, pues es lo más normal concebir y dar a luz un hijo. Esta señal, sin embargo, a la luz de la revelación posterior, viene confirmada en el anuncio del ángel a María siempre Virgen (Lucas 1,26-38). Hoy hay mucha gente que no cree en la virginidad de María, pero, a pesar de las resistencias y oposiciones que el hombre ponga y discuta, Dios seguirá llevando adelante su proyecto salvador en nuestro mundo a la manera en que Él, como dueño y Señor de la creación y de la historia, disponga. El creyente, movido por la esperanza, afirma con su vida y su palabra que Dios, en su providencia solícita, nunca se equivoca en el modo de actuar con los hombres porque busca siempre su bien y eligió a una Virgen para traer al mundo al Salvador. El plan de Dios es, con frecuencia, misterioso pero eficaz para el hombre de ayer y de hoy. El discípulo-misionero debe iluminar su entorno desde una fe adulta y madura confiando en que la Iglesia ha sabido interpretar debidamente el Evangelio.
La señal de señales que Dios nos puede dar, es la Anunciación. María virgen se fio de esa señal, siguió toda indicación y todas las demás señales que Dios les fue dando hasta llegar al pie de la cruz para acompañar luego a los discípulos en espera del Espíritu y para ser modelo de la Iglesia servidora del Señor. ¿Qué señales vemos nosotros en este Adviento? ¿Qué nos querrá decir el Señor? ¿Por dónde va nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor? Estamos ya muy próximos a la celebración de la Navidad, nos quedan unos cuantos días para terminar de preparar nuestros corazones. ¿Cómo vamos a recibir este año a Jesús? ¿Está nuestro corazón limpio y expectante ante su llegada? En nuestras familias, comunidades, parroquias… ¿hemos preparado un espacio para el Señor? Seguro que en casa ya tenemos puesto el nacimiento, una imagen del Niño Jesús, o algún otro signo que nos recuerde lo que vamos a celebrar. ¡Qué montón de preguntas me he dejado hoy? El salmo 23, que es el salmo responsorial de hoy, tiene una frase que me invita a ir al pesebre y por cierto, empieza con una pregunta: «¿Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso». Me quedo con eso y creo que tú también. ¡Bendecido miércoles! Yo lo pasaré parte en el cielo y parte en mi tierra linda y querida —si Dios quiere–, pues voy en viaje relámpago a Monterrey en un ratito más, para volver a media noche.
Padre Alfredo.
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