El profeta Isaías es un profeta que fue testigo de situaciones extremas por las que tuvo que atravesar su pueblo. Él mismo estuvo tentado por la desesperación, como muchos de los suyos, pero fue capaz de aceptar la luz que Dios le regalaba, quiso ver más allá, más al fondo, y así se dio cuenta de que las guerras y las desgracias no tienen la última palabra, de que es Dios, y solamente él, quien lleva adelante la historia de la salvación. Además, el Señor le confió la difícil tarea de anunciar esta esperanza a sus conciudadanos. ¿Como anunciar la victoria de Dios a un pueblo que se siente vencido y se sabe humillado? Solo con la fuerza de la palabra que viene de Dios y con la vitalidad de la poesía más atrevida que podamos encontrar en la Sagrada Escritura. Con una metáfora del campo, comienza Isaías a dar esperanza a su pueblo (Is 11,1-10). Y es de que, qué alegría cuando, de un tronco seco, empieza a despuntar el verdor de un nuevo brote. Las plantas tienen su parte de misterio, no es fácil saber si un árbol está del todo muerto, a pesar de las apariencias, la vida puede estar circulando en su interior, en la oscuridad, en la profundidad desconocida. Y llega un momento en el que, contra toda esperanza, sale a la luz la vida que ya existía, pero que nadie percibía.
Esta es la profundidad de la imagen que el profeta nos presenta el día de hoy. Está diciéndole a su pueblo, y a nosotros: «no desesperen, es verdad que el árbol de nuestra sociedad, de nuestra vida, de nuestro mundo, parece muerto, reseco, sin futuro. Pero tiene todavía vida por dentro, muy escondida, muy al fondo, en el tocón, cerca de las raíces y Dios es capaz de hacer que esta vida rebrote y, se los aseguro, rebrotará». En nuestra época actual, este texto de Isaías puede ser muy consolador, ya que nos proyecta a un futuro de justicia, cuando se «constituirá un nuevo vástago del tronco de Jesé, un retoño de sus raíces» (Is 11,1). Resaltan los símbolos cósmicos por un lado, los cuatro vientos convergen y el mar está en plenitud; por el otro, los símbolos vegetales y animales. Renace una sociedad humana ideal regida por un gobernante justo. Los animales se reconcilian con el ser humano, éstos entre sí y, con Dios. Este renuevo, este vástago, que tiene una connotación mesiánica, se yergue como el centro de los cuatro puntos cardinales resumiendo el aliento del Señor en plenitud.
Pero todo esto solamente lo entiende un corazón sencillo y, casi es lo que más falta en este tiempo. En el tiempo de Adviento el mundo parece perderse o despistarse en otras ambiciones, que no son el Reino, cosas que dejan nublada la mente y seco el corazón: Ambición de muestras de afecto y consideración para subir las fotos a facebook, ambición de protagonismo en las posadas, pre-posadas y post-posadas, ambición de posesión de querer tener la mejor cena de navidad, ambición de ser los del mejor arreglo navideño en la fachada de la casa, ambición de quedar bien con regalos caros que sean de marca... ambiciones de poder y de tener… ambiciones de esclavitud. ¡Qué hermosa libertad nos presenta Isaías! Pero, como digo, eso solamente lo puede entender el sencillo, el humilde, el pobre. Con razón en el Evangelio de hoy (Lc 10,21-24) Jesús dando gracias dice: «¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!» Necesitamos aprovechar este Adviento para crecer en sencillez y poder captar el mensaje de la Buena Nueva. Hay que ser tan sencillos como María, que le deja a Dios guiar sus pasos, pequeños, pero presurosos y con rumbo certero hacia la Vida Nueva de los anhelos mesiánicos, cosa que no debemos olvidar nunca, pero menos en Adviento. El Señor Jesús vendrá por segunda vez y... ¿seremos sencillos para recibirlo? ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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