En la Biblia, en el Antiguo Testamento, hay un librito que está compuesto de requiebros, cantos y poemas de amor iguales o parecidos a los de la poesía amorosa popular de todos los tiempos y de todas las culturas. Es el «Cantar de los Cantares». El título en cuestión es un superlativo, como amor de los amores, rey de reyes o señor de los señores. Debería traducirse más bien como: «El mejor de todos los cantares». Es un libro que se interpreta alegóricamente como del amor entre Dios (el amado) y su pueblo (la amada). Y los profetas utilizan esta alegoría del amor entre hombre y mujer, o la del matrimonio, para referirse a las relaciones de Dios con su comunidad (cf. Os 2; Is 54; Ez 16). Algunos han traducido cristianamente este tipo de interpretación aplicando el concepto del novio a Cristo y el de la novia a su Iglesia. El Nuevo Testamento habla de las bodas del Cordero —que es Cristo— con su Esposa, la Iglesia (Ap 21). El Cantar de los Cantares nos habla del loco amor de Dios a todos nosotros, cuestión que no encuentra otro ejemplo mejor que relatarnos la experiencia de un hombre enamorado con su enamorada. El amado, el enamorado, pide el amor, desea ardientemente el encuentro con la enamorada.
Este encuentro entre dos amores, es lo que celebramos cada Navidad. Todo un Dios que guiado por su loco amor hacia el ser humano, es capaz de hacerse hombre, venir a nuestra tierra y declararnos su amor gozándose con nuestro amor buscando ser correspondido. Un amor que le lleva a señalarnos el camino que nos conduce a vivir una vida con sentido, un amor que se pone de rodillas delante de nosotros y nos lava los pies, para que le imitemos en la entrega de nuestra vida. Un amor que nos deja el alimento de su cuerpo y de su sangre, un amor que nos invita a resucitar para siempre a una vida de total felicidad… ¡Así es nuestro Dios… el eterno Amado descrito por el libro del Cantar de los Cantares en la primera lectura de la Liturgia de hoy! (Cant 2,8-14). ayer palpé, de manera muy cercana, ese amor en toda la gente que, en un día agitado —agitadísimo diría más bien— viví en Monterrey, empezando con tía Cecy y mis papás en las primeras horas del día; Rogelio, Elisa y sus hijas al mediodía; Isaías —no el de la Biblia, sino el doctor; aunque igual que el profeta es una bendición—, Yoyina mi cuñada en la tarde y cerrando con broche de oro la Misa de 7:30 en el Rosario con los Cornejo-Elizondo, para depositar las cenizas de María de Jesús; además de saludar, entre otros, a Leo, Chuy, Carmina y Oscar; tía Elsa, Luis y Sandra; Osvaldo, Delia, Lucas, Gaby y sus hijos; Nelda, Adriana, Lulú y familia; Paco y Gloria, Sarita; Lupita Méndez y familia; Marisol y sus hijos; Rosa Margarita, Luis Carlos y familia, el soldado del amor y familia; Esthela, Jaqueline, Héctor y Laura; Lupita, Laura Cecilia, Lupina... Ya noche, en el aeropuerto, el gozo de saludar a Amada. En fin, tanta gente en la que palpo el amor de Cristo para con su Iglesia y que no acabaría de mencionar. Amor a Dios y amor de Dios como en el que vivió sumergida siempre Raymunda, mi fiel colaboradora en Cáritas —cuando era párroco de Cristo Rey— y que hoy fue llamada a la presencia de Dios. Desde aquí acompaño a mi compadre Ramiro y su familia en estos momentos en que Dios pide fe en ese su amor que llama a ir a su encuentro.
¡Cómo no agradecer el amor de Dios que viene a nuestro encuentro porque, viéndolo así, cada día —a pesar de que se viva lo que se viva— es Navidad! Amor de distintas formas y múltiples expresiones. Amor fraterno entre amigos, amor con Cristo que ilumina eternamente el alma. Amor que se ancla en el interior del corazón de quien vive al ritmo de la Iglesia que espera al Amado como María esperó a Jesús en el Adviento. Está llegando el Amor de Dios y la Palabra nos muestra hoy dos bellos relatos: El Cantar de los Cantares y la espera de María, que no puede soportar más la alegría que lleva dentro llena de amor y la tiene que compartir con alguien, con su prima Isabel (Lc 1,39-45). El gozo de María, como el nuestro en Cristo, es siempre expresivo y expansivo. No se lo puede uno guardar. Así como a la Madre de Dios le resulta imposible quedarse callada, así también a nosotros, la alegría de esperar con ansia la llegada del amado de nuestras almas, sea reviviendo la Navidad o esperando la segunda venida del Mesías, nos hace exultar de gozo y nos invita a compartir la alegría, de tal modo que, se contagia y se propaga más rápido, tal vez, que cualquiera de esos virus computacionales que se pegan aquí, allá y acullá. Ya muy próxima la Nochebuena, dispongámonos a acoger a nuestro Amado, a nuestro Dios, que quiere nacer en nuestro corazón y amemos a nuestros hermanos y hermanas como Él los ama, como dice Christian: «De aquí hasta el cielo». ¡Gracias a todos por su cariño, sus oraciones y su testimonio de amor... bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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