
Estamos al final del capítulo 21 del evangelio de Lucas, el Señor Jesús está en Jerusalén y sigue hablando a sus oyentes del destino último. El relato es un aviso a la comunidad cristiana a estar vigilantes. La Iglesia tiene que estar alerta sobre sí misma y preguntarse continuamente quién es, para poder dar testimonio de Jesús sin desvirtuar su mensaje sin relajarse y actuar como si el Reino de Dios, que es buena noticia para todos, no estuviera ya entre nosotros. Pero, sabemos que las dificultades para estar alerta son algo casi inherente a la historia de la humanidad, y en consecuencia a todo discípulo-misionero. Todos tenemos la tentación de «instalarnos» o «acomodarnos», como recordaba ayer en una amena conversación con Chacha (una amiga muy querida junto con Isaías su esposo a quienes tanto les debo) el día de ayer: ¡en nuestra zona de confort! Estar en vela requiere estar atentos, vigilantes, despiertos, listos... aunque sea, como dice el libro de Daniel, en estos «tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora» (Dan 12,2), porque el tiempo, siempre es difícil para el que quiere ser franco, honrado, comprometido, fiel, libre... desinstalado.
Todo aquel que se instale, que se acomode, que se quede en su zona de confort, dejará de estar vigilante y por lo tanto no podrá ser un buen cristiano. Bien decía el celebérrimo teólogo Karl Ranher que el cristiano del futuro será un «místico» o no será cristiano». Y el místico es aquel que aspira a conseguir o que cree haber experimentado la unión o el contacto del alma con la divinidad. Por eso, el místico debe vivir en vigilancia no sólo porque hay que llegar esa segunda venida del Señor, sino porque hay que saber descubrir al Señor que llega, día a día, de la manera menos inesperada para encontrarse con nosotros. El místico es aquel que sabe que la fuerza para mantenerse en pie no viene de instalarse a darle vueltas a lo que embota el corazón, sino de la vigilancia y la oración, que significa perseverar volviendo a las fuentes que no son otras que al proyecto de Jesús. Así el discípulo-misionero, al cerrar un año litúrgico más, podrá presentarse ante el Hijo del hombre y dar testimonio de su fe. A la pregunta que le habían hecho a Jesús antes: para preguntarle «¿cuándo sucederá esto?» (El fin del mundo. cf. Lc 21,7), él no les habló de ningún momento exacto, sino de la actitud necesaria para que ese día no nos sorprenda «instalados» en una vida de confort que a veces no tiene sentido. Que María Santísima, que siempre se mantuvo «presurosa» y vigilante, nos ayude y que, como dicen muchas de mis feligresas de juventud acumulada: «¡Dios nos agarre confesados»! Feliz y bendecido sábado.
Padre Alfredo.
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