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Isaías no es ningún ingenuo ni soñador. Él habla desde lo profundo de su corazón, lleno de esperanza y desbordante de alegría. Él se ha dejado tocar por el Señor y pinta el florecer del desierto, la fortaleza de los débiles, el agua en la sequía y la superación de cualquier limitación. Hay un camino nuevo, recto, sin peligros, que conduce a la alegría sin límites y que ya ha trazado Jesús cuando vino por primera vez. Puede que para muchos no signifique nada que Dios se haya hecho hombre, ni entiendan que eso de «Tiempo de Adviento». Las calles que rodean la parroquia en esta selva urbana de cemento capitalino están plagadas de puestos de regalos para la ya inminente Navidad, pero no veo un solo puesto que ofrezca algo religioso, incluso las figuritas para el nacimiento son escasas, están opacadas por borregos de la buena suerte de todos tamaños y ofrecidos por los gritos de los vendedores que proclaman a los cuatro vientos: «¡Lleve su borreguito de la suerte para que no le falte el dinero en el 2018»!... Nada que ver con alegría de estar esperando al Señor Jesús.
¡Qué ejemplazo el del paralítico que aparece en el Evangelio de hoy! (Lc 5,17-26) que pide lo encaramen en el techo para bajarlo en una especie de espectáculo circense para llegar hasta Jesús y alcanzar la salvación del alma en primer lugar y luego del cuerpo en segundo, situación que le hace desbordar de alegría: «Levántate —le dice el Mesías— toma tu camilla y vete a tu casa» (Lc 5,24). ¡Es fácil imaginarse la alegría de aquel hombre redimido en su alma y en su cuerpo! Bien dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium: «Con Jesús siempre nace y renace la alegría» (E.G. 1). En las letanías lauretanas invocamos a la Santísima Virgen María como «causa de nuestra alegría». Y es lógico, si María puede ser la causa de nuestra la alegría es porque Ella misma no cabía en sí de felicidad, de dicha, de gozo. Ella rebosaba alegría y la contagiaba por doquier. Recibió a Jesús en su primera venida y lo dio a luz y confiada animó alegremente a los apóstoles a prepararse a la segunda venida de su Hijo el Redentor. María se sabía toda con Cristo y Él envolvía su ser entero, impregnándolo de alegría hasta la médula de los huesos. Ella está llena de la más auténtica y genuina felicidad. En las vísperas de la fiesta de Guadalupe quiero contemplarla hoy así, alegre, feliz... llena de gracia. ¡Bendecido y alegre inicio de semana laboral y de estudios en este tiempo privilegiado del Adviento!
Padre Alfredo.
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