El capítulo 25 del libro del profeta Isaías, contiene una descripción muy detallada de la destrucción del mundo en la «Segunda Venida del Señor» y del comienzo de Su reino glorioso, por eso la liturgia del tiempo de Adviento la toma para este miércoles. El pasaje de hoy (Is 26,6-10) está dentro del llamado «apocalipsis de Isaías» (capítulos 24-27 de su libro), en los que el profeta se refiere en nombre de Dios a la realidad escatológica, que abarca los acontecimientos últimos de esta vida temporal. El Señor —dice Isaías— preparará en el monte de Sión un banquete de bendiciones para los justos y destruirá a la muerte para siempre. Los justos reconocerán al Señor como su Dios, y proclamarán: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocémonos...», pues el Señor ha de reinar sobre todos los pueblos (24, 23) para poner fin a los nacionalismos y fronteras que ha puesto el hombre. Este texto es para repasar y meditar frase por frase para llenarnos de esperanza. El autor sueña con un futuro, que cree real, en el que el Supremo Juez de la historia inaugurará, con un banquete que será eterno, su verdadero reinado en los cielos y en la tierra, es decir, en todo el universo. ¿Cuándo tendrá lugar? El escritor sólo sabe que se trata de un futuro.
Cuando en nuestro lenguaje hablamos de «un banquete», nos referimos a algo mucho más que una buena comida y Jesús, para todos, prepara un banquete sustancioso. Saber que llegará el día de un banquete eterno en donde todos los males desaparecen, desaparece el drama de una historia desquiciada y el drama de toda lágrima en tantos ojos humanos que, alrededor del mundo sufrían y siguen sufriendo hoy. Esta lectura de la Misa del día de hoy, complementa relevantemente el tema central del evangelio (Mt 15,29-37). La promesa de vida de Dios que se dirige a todos y promete una plenitud que es gozo, liberación de todo mal, ternura, amor del bueno, espléndido «banquete» al que están invitados todos los pueblos (25. 6-8a) sin excluir a los judíos (v. 8b), es imagen de la liberación gozosa de la era mesiánica. El Señor, en ese banquete ¬—como en la multiplicación de los panes— es un generoso anfitrión que nos ofrece los mejores manjares y los más exquisitos licores, y los ofrece a todo el mundo sin excluir a nadie.
Y para colmo de la dicha, este gran anfitrión nos hace «un regalo inapreciable»: aniquilar de forma definitiva la muerte y, con ella, su cortejo de sufrimientos y de lágrimas. El Señor ha aniquilado la muerte: «muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida», «porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos». Por eso, esperando la Segunda Venida de Cristo, los primeros miembros de la Iglesia primitiva celebraban el «dies natalis» de los mártires: el día de su muerte era el día de su nacimiento a la gloria. ¿Y quién sino el Señor puede enjugar las lágrimas de todos los hombres? Realmente, «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocémonos...» Es bueno que el día de hoy, dentro de este caminar del tiempo de Adviento, a la luz de la liturgia de la Palabra de la Misa de este miércoles, hagamos un canto de agradecimiento junto a todos aquellos que han experimentado en sus vidas la presencia del «Buen Pastor» que prepara para todos una mesa (salmo 23), un banquete, una fiesta en donde María Santísima, los santos, los ángeles y todos aquellos que nos han precedido y que han llegado ya a la Patria Celestial, nos esperan en ese banquete de manjares exquisitos para vivir «en la casa del Señor por años sin término». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario