miércoles, 27 de diciembre de 2017

«La alegría del discípulo amado»... Un pequeño pensamiento para hoy


En medio del clima gozoso que nos ofrece esta «Octava de Navidad» en la Iglesia, la fiesta de san Juan Evangelista cobra su sentido con el mensaje que Juan trasmite que pudiéramos resumir así: «Estén alegres en el Señor. Estén alegres en la Palabra de Dios hecha hombre entre nosotros. Estén alegres en el Verbo que desde el principio estaba en Dios, a través del cual todas las realidades fueron creadas, que se ha manifestado y que ha aparecido entre nosotros».  Sí, Juan el evangelista nos recuerda que la Navidad es la fiesta de la alegría, que ésta es el principio de esta particular y exclusiva manifestación de Dios en el pequeño Niño de Belén. La vida de Dios se nos ha dado en Belén para recrear en nosotros una nueva forma de vida en comunión con el Padre y el Hijo. Una comunión que nos hace entrar en la eternidad de Dios que es nuestra alegría y nuestro gozo. Una comunión que nos despega del pecado y de la muerte, y cambia todo el sentido de nuestra vida llenándonos de gozo. Ya no somos hijos del pecado ni estamos bajo la esclavitud de la muerte. Dios nos ha liberado y rebosantes de alegría nos convertimos —como Juan Evangelista— en testigos gozos en este nuevo mundo. «Les escribimos esto para que se alegren y su alegría sea completa», dice san Juan (1 Jn 1,4), y él quiere que seamos transmisores y testigos de esa alegría que nace del encuentro con Dios.

El anuncio del Plan de Salvación de Dios, hoy y siempre, no puede ser sino el anuncio de esa inmensa alegría que nos ha traído la Buena Nueva de Cristo. Eso sí, no es una alegría forzada ni forzosa que parece que hay que manifestar, de manera especial, en las fiestas de Navidad. La alegría del Evangelio es una alegría diferente. Es una serena alegría que se funda en la experiencia de un encuentro con Jesucristo vivo. A veces, incluso permanece la alegría en medio de la prueba, la dificultad o las lágrimas, nos enseña Juan como el primer «teólogo» y modelo de todo verdadero teólogo quien mejor y más profundamente penetra en el misterio del Verbo encarnado. El pasaje de su Evangelio que hoy se nos propone en la liturgia (Jn 20,2-9), nos ayuda a contemplar la Navidad desde la perspectiva de la Resurrección del Señor. En efecto, Juan, llegado al sepulcro vacío, «vio y creyó» (Jn 20,8). Confiados en el testimonio de los Apóstoles, nosotros nos vemos movidos en cada Navidad a «ver» y “«creer». Todo discípulo-misionero puede y debe revivir estos mismos «ver» y «creer» a propósito del nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado. Juan, movido por la intuición de su corazón —y, deberíamos añadir, por la «gracia»—, «ve» más allá de lo que sus ojos en aquel momento pueden llegar a contemplar. En realidad, si él cree, lo hace sin «haber visto» todavía a Cristo, con lo cual ya hay ahí implícita la alabanza para aquellos que «creerán sin haber visto» (Jn 20,29), con la que culmina el vigésimo capítulo de su Evangelio.

En el evangelio de hoy, Pedro y Juan, alertados por el testimonio de la Magdalena, corren juntos hacia el Santo Sepulcro. El joven Juanito es más veloz que el viejo don Pedro y llega primero. Mira dentro del sepulcro, observa todo, pero no entra. Deja que Pedro entre. Es sugestiva la manera en que el evangelio describe la reacción de los dos hombres ante lo que ambos ven: «Entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos puestos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó». Más adelante, de madrugada, en otra escena evangélica, después de una intensa noche de búsqueda y después de la pesca milagrosa, es él, el discípulo amado, que percibe la presencia de Jesús y dice «¡Es el Señor!» (Jo 21,7). En aquella ocasión, Pedro, alertado por la afirmación del discípulo amado también reconoció y empezó a entender. Pedro aprende del discípulo amado. Enseguida Jesús pregunta tres veces: «Pedro, ¿me amas más que estos?» (Jn 21,15.16.17). Por tres veces, Pedro respondió: «¡Tú sabes que yo te amo!» Después de la tercera vez, Jesús confía las ovejas a los cuidados de Pedro, pues en ese momento también Pedro se vuelve «Discípulo Amado» como nos podemos volver cada uno de nosotros si queremos. Sigamos viviendo intensamente la alegría de la Navidad.

Padre Alfredo.

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