domingo, 17 de diciembre de 2017

«Me alegro en el Señor que ya llega»... Un pequeño pensamiento para hoy


«Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios» (Is 61,10). En medio del clima de oración y penitencia, tan propio del Adviento, la Iglesia en la liturgia de este Tercer domingo del tiempo de Adviento, nos exhorta por boca del profeta Isaías a que nos llenemos, hasta desbordar, con el gozo del Señor. Aunque parezca un contrasentido, así ha de ser: gracias a la oración y a la penitencia el alma se purifica y se acerca más a Dios, hasta sentir ese gozo inefable de estar junto a él, de rozarle y abrir el corazón a su amor entrañable. Por eso san Pablo dice a los Tesalonicenses: «Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús» (1 Tes 5, 16-18). Este último capítulo de esta carta del Apóstol de las Gentes, nos recuerda las acciones del cristiano ante la realidad del regreso de nuestro Salvador. Si nuestra actitud no conduce a una vida de alegría, de oración y de gratitud, algo funciona radicalmente mal. La Venida de Cristo, tiene que ser para nosotros una cuestión alegre, una esperanza viva y estimulante de nuestra fe. Su venida impulsa hacia una vida de acción; los creyentes muertos descansan en Jesús y los creyentes vivos estamos despiertos para Jesús, esperando su segunda venida y reviviendo su primera visita a este mundo encarnado en el seno de María.

«Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren...» (Is 61, 1). Dios Padre se compadeció del sufrimiento de sus criaturas y quiso consolarlas, aliviarlas por medio de su Hijo Unigénito. Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre, vino a nuestra tierra a llenar de alegría los corazones afligidos, para enseñarnos a orar reconociendo a Dios nuestro Padre y para motivarnos a agradecer la elección que de nosotros ha hecho para ser sus hijos. Con él llegó la paz y la alegría para cuantos gimen y lloran en este valle de lágrimas. Con él nos llega, en efecto, el perdón divino, el tesoro inapreciable de la Redención. Por eso la alegría, la oración y la gratitud serán siempre parte importantísima de la vida espiritual, porque ellas son el reflejo de la paz que se experimenta en el interior el discípulo-misionero de Cristo al haberlo recibido. La oración es la expresión de un corazón necesitado, agobiado por la necesidad de volver a su origen y la gratitud proviene de un corazón regenerado en la verdad y el amor. Así nos preparamos a la Navidad; no nos preparamos a unas fiestas sin sentido. Mucho menos con unos días en los que, las Posadas se convierten solamente en comilonas y derroche de alcohol. Los que queremos ser auténticos cristianos vamos mucho más allá. 

Es el momento adecuado para ponernos en marcha y no perder la esperanza. Cuando colocamos nuestro centro en Dios, Él siempre nos da la respuesta apropiada a la incertidumbre, la luz en la oscuridad y el júbilo frente a la tristeza. Dios no nos proporciona recetas mágicas de cara a conseguir unas sonrisas fingidas. Es bueno que, nuestra alegría, sea sincera. Fruto de nuestra vivencia interior De nuestro encuentro personal con Cristo. Acompañemos a José y a María en estos días previos a la Navidad con el Magnificat que María entona como una explosión de júbilo tras dar su «SÍ» a Dios y que la liturgia de hoy propone como salmo resposorial y hagamos caso del mensaje que Juan el Bautista nos da (Jn 1,6-8.19-28) para hacer espacio en el corazón, de manera que Jesús pueda nacer ahí. ¿Qué nos podremos proponer, hacer, acondicionar, planear, cambiar o almacenar, para ofrecérselo al Niño-Dios, que está pronto a nacer? ¡Feliz y alegre domingo, lleno de bendiciones!

Padre Alfredo.

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