San Esteban es el primer mártir de Cristo, testigo de la encarnación del Verbo de Dios y por eso lo celebramos inmediatamente al día siguiente de la Navidad. San Esteban murió lapidado a las afueras de la Ciudad Santa mientras hablaba sin miedo a los hombres movido por el Espíritu Santo, dando fe de que Cristo es el Mesías esperado para los tiempos finales, y al cual ellos dieron muerte. Era el mismo Espíritu Santo el que ponía estas palabras en boca de Esteban, que lleno del Espíritu contemplaba «la gloria de Dios, y de Jesús de pie a la derecha de Dios» (Hech 7,55). San Lucas —en el libro de los Hechos— describe la muerte de Esteban como consecuencia de la denuncia que el protomártir hace de la conducta infiel a Dios del pueblo elegido, que había dado muerte a los profetas y ahora al Justo de Dios, su santo Siervo Jesús que vino al mundo para nuestra salvación. Al hacerlo así, Esteban no deja a sus oyentes otra salida que la violenta reacción que le ocasiona la muerte. El santo diácono alcanza de este modo la plena configuración con Jesús crucificado en el martirio y, mientras es lapidado entrega como Jesús mismo su alma. La diferencia entre ambas muertes es que ahora, en la muerte de Esteban, Jesús glorificado es quien recibe el espíritu de Esteban, que sigue el ejemplo de Jesús y pronuncia estas palabras de perdón para sus verdugos: «Señor Jesús, recibe mi espíritu (...) Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hech 7,59.60).
Hoy celebramos, pues, a un día después de la Navidad, la fidelidad de san Esteban a la gracia de la fe recibida, cueste lo que cueste, incluso la muerte y, con eso, celebramos también la fidelidad de cada discípulo-misionero que, como él, quiere dar la vida por Cristo. Algo que es muy digno de ser celebrado e imitado apenas celebrando el misterio del nacimiento de nuestro Salvador. Por eso la fiesta de san Esteban es inseparable de la Navidad en la historia del calendario litúrgico de la Iglesia latina. Esta unión del martirio con el nacimiento, pone de manifiesto que, en verdad, no es mayor el discípulo que el Maestro, confirmándose en el martirio de san Esteban, el primero de los mártires, aquellas palabras de Jesús: «los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; pero el que persevere hasta el final, se salvará…» (cf. Mt 10,17-22). Hoy, por la causa de Cristo, hay hechos que deberían inquietarnos, como nos ha recordado el Papa Francisco en la homilía de la Misa de Navidad y en su mensaje de la bendición Urbi et Orbi como la persecución que padecen en el mundo de hoy los cristianos por millones en tantos países del mundo. Muchos de nuestros hermanos cristianos son perseguidos, ciertamente, entre otros grupos humanos, sobre todo minorías étnicas o religiosas que cargan con sufrimientos inmensos, en un mundo que no sabe desterrar para siempre la violencia; pero el grupo humano más perseguido, según los informes de acreditados organismos internacionales, son precisamente los cristianos.
A la luz del martirio de Esteban debería inquietarnos también que en nuestro mundo «democrático» y «de bienestar» no se pueda sostener el discurso cristiano sobre el sentido de la vida, la sexualidad bien llevada y el matrimonio, la natalidad y el destino trascendente de la persona humana, si no es contemporizando con lo política y culturalmente que se juzga como correcto; es decir, el pensamiento único que quieren imponer quienes pretenden configurar según ese pensamiento único incluso el orden jurídico, y dictan a la sociedad el discurso de cada momento; llamando a lamentar o aplaudir lo que ellos determinan que es malo y que es bueno, aun cuando la razón natural diga lo contrario. Nosotros tenemos fe y vivimos esperanzadamente, sabiendo que Cristo nació para vencer al mundo. Jesús fue perseguido desde su nacimiento por el rey Herodes, que vio en él un rival que podía desplazarle del poder y ahora sigue siendo perseguido. Pero en el fondo, nuestra sociedad sigue siendo una sociedad de sentimientos cristianos y de grandes tradiciones de fe, aun cuando la secularización de nuestra cultura sea una realidad que avanza y que oscurece, y que exige, por ello, de nosotros una acción evangelizadora a la altura de las circunstancias. Una evangelización capaz de proponer con ilusión el Evangelio y hacer valer sus principios humanistas abrazando la cruz, garantía de la dignidad del ser humano y de su valor y significación trascendente. Que san Esteban nos enseñe a aprender estas lecciones; que nos enseñe a amar la cruz, puesto que, como digo, es el camino por el que Cristo se hace siempre presente entre nosotros y que esta Navidad se acrecienten en nosotros los sentimientos de fraternidad que inspira la contemplación del Hijo de Dios en la humildad de nuestra carne en brazos de María Virgen y que su entrega nos motive como motivó a Esteban a dar la vida. ¡Sigamos viviendo el gozo de la Navidad!
Padre Alfredo.
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