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El Adviento es un tiempo privilegiado para aumentar nuestra confianza en el Señor que viene a salvarnos y hacer una revisión en lo tocante a este tema. Dejamos de confiar en Dios cuando a partir de las bendiciones que recibimos, queremos ganar las batallas por nuestras propias fuerzas. Dejamos de confiar en Dios cuando pensamos o imaginamos que lo que él nos ha dado es suficiente para vivir de manera independiente de él sin darle gracias y alabarle. Dejamos de confiar en Dios cuando comenzamos a darnos permisos y empezamos a creer que la bendición de Él nos exime de orar y de leer y meditar su Palabra. Dejamos de confiar en Dios cuando creemos que somos alguien tan bendecido que no necesitamos doblar las rodillas ni ir a Misa a cada domingo. Dejamos de confiar en Dios cuando creemos que, porque nos ha dado grandes cosas, no debemos de hacer lo que hacíamos cuando no éramos nada. Dejar de confiar en Dios es dejar de respetar a Dios, es dejar de darle el lugar que le corresponde en nuestra vida, es pensar que la posición que tenemos en la sociedad, nos da seguridad y somos inamovibles e invencibles, y creemos que podemos hacer lo que queramos.
El Evangelio de hoy (Mt 7,21.24-27) nos dice que «No todo el que dice: “¡Señor, Señor!” entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad del Padre Dios»... y eso solamente lo puede hacer quien confía en Él de todo corazón. Si confiamos en el Señor, nuestra vida, en medio de las dificultades de cada día, gozará de firmeza, de seguridad, como el que edifica su casa sobre roca, y a pesar de todas las inclemencias que le puedan venir, no se hundirá, se mantendrá firme porque está bien cimentada. La mejor manera de que nuestra casa, nuestra persona, se mantenga en pie y no se derrumbe ante fuertes vientos que la puedan azotar es.. ¡confiar en el Señor! Aprovechemos este tiempo de Adviento para revisar nuestra confianza en el Señor. Digámosle «¡Señor, Señor, ven!», busquemos y esperemos su voluntad para cumplirla. La Virgen María, la dulce Señora del Adviento nos ayudará. Ella, mientras esperaba gozosa el nacimiento del Mesías, que yacía en su vientre, se encaminó presurosa a ayudar a Isabel a confiar en el Señor y en su infinita misericordia. Ella nos ayudará a que nuestras vidas, por la confianza depositada en el Señor, edifiquen una ciudad fuerte, con bloques y ladrillos de armonía, de solidaridad, de justicia, de lealtad, de paz, de seguridad en el que ha de venir. ¡Que tengas un bendecido jueves muy bien aprovechado para hacer una visita a Jesús Eucaristía, si no en el templo, porque te sea difícil, sí en tu corazón confiando en él!
Padre Alfredo.
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