sábado, 9 de diciembre de 2017

«NO SÓLO REGALOS Y TARJETAS»... Un pequeño pensamiento para hoy

Isaías es el profeta que expresa la esperanza de Israel, suscita la espera del hombre anunciando su próximo cumplimiento en la llegada del Mesías Salvador. Dios cumplirá́ sus promesas, no tardará y hará una transformación total. No hay motivos para dudar de Él, «Con tus oídos oirás detrás de ti una voz que te dirá: “Éste es el camino. Síguelo sin desviarte, ni a la derecha, no a la izquierda» dice el profeta en la primera lectura de la Misa del día de hoy (Is 30,19-21.23-26). El creador de cielo y tierra, tiene poder de liberar a Israel realizando maravillas. La liberación-salvación del pueblo será una nueva creación. El profeta, dirigiéndose a la comunidad que ha experimentado momentos de gran tribulación y está reunida para el culto, la reafirma en la eficacia de la oración dirigida al Señor. Si sabe esperar en Dios, confiando totalmente en su Palabra, él sin duda escuchará los ruegos (v. 19). El hecho de orar al Señor no supone que éste preserve al pueblo de las dificultades, sino que en sus angustias experimentará al Dios del éxodo que todo lo hace nuevo.

La comunidad experimentará la presencia del Señor en medio de ella como el don de una enseñanza de vida: será como su «Maestro», le enseñará como hizo frecuentemente en el pasado. La enseñanza del Señor no excluye una severa disciplina («pan de las adversidades» y «agua de la congoja»), recordando la pedagogía divina manifestada en las pruebas del desierto. La ley de Dios no será una imposición, sino un guía seguro del camino (Is 30,22), y como experiencia de verdadera libertad y plenitud, manifestada con la imagen de la abundancia de pastos y agua. Isaías nos recuerda que la súplica dirigida a Dios en lo oculto el corazón o donde dos o tres se reúnen para orar, siempre es escuchada y Jesús, cuya llegada anhelamos como comunidad orante, nos invita a llenar de contenido nuestras peticiones, no con sueños egoístas, sino con los deseos de su corazón divino. Y el deseo de Dios para su comunidad es que no se pierda la mies por falta de obreros. Con él debemos rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su inmenso campo (Mt 9,35-10,1.6-8). Con la oración personal y comunitaria no pretendemos convencer a Dios para que nos escuche y cumpla caprichos o anhelos egoístas. Él está siempre a la escucha, pero no solo de mí, sino de todos, como recordábamos ayer Delia, Osvaldo y yo reflexionando juntos sobre tantas situaciones que vivimos en nuestra sociedad... ¡Para la final del futbol mexicano, seguro que cada equipo, tanto Tigres como Rayados, está entrenando, y cada equipo está rezando para ganar! Pero ganará el que juegue mejor el partido de mañana. 

El Adviento nos ofrece la oportunidad de orar personal y comunitariamente al Señor que viene a nuestro encuentro para liberarnos, que actualiza con cada uno y con todos los prodigios del éxodo y que, en su misericordia, se acerca a todo hombre o mujer para aliviar los sufrimientos, curar las heridas e inyectar esperanza. En estos días, pensemos no solamente en los regalos y tarjetas virtuales que esperamos que nos den los amigos y familiares en la Navidad, pensemos más bien en lo que el Señor nos quiere dar y al que nos adecuamos en la oración, el regalo que mejor responde a lo que  está necesitando nuestro corazón. Si oramos personal y comunitariamente, sabiendo que el Señor todo lo hará nuevo, él mismo nos llevará a dar regalos nacidos del fondo de nuestro corazón a las personas que nos rodean. El mayor de todos los regalos que podemos dar es la oración y para ello «viene» el Señor.  Desde lo más profundo de nuestro ser serán liberadas nuevas fuerzas de vida que atraerán muchas bendiciones sobre los que nos rodean  cuando roguemos al Señor, «que envíe trabajadores a sus campos» para renovar el mundo, y esos trabajadores, si queremos, podemos ser nosotros, sí, misioneros en medio del mundo de la política, del futbol, de la universidad, del barrio, de la cuadra, de la televisión, de la parroquia... Así vivió María, así la acompañó José en la espera gozosa de Jesús, en medio de la vida ordinaria de cada día. Así vivió Juan Diego a quien hoy celebra la Iglesia. Él, sencillo, humilde, confiado, abrazando la imagen de la Dulce Morenita del Tepeyac y orando a Dios con ella, que nos da la seguridad de que, como dice el profeta: «el Señor misericordioso, se apiada de nosotros y nos responde apenas nos oye» (cf. Is 30,19). ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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