«Invitar» y «venir» son dos verbos sencillos y claros pero que, en el lenguaje de todo discípulo-misionero del Señor Jesús, dicen mucho. Con estas dos palabras Cristo nos pide situarnos en el camino; movernos de la misma forma y a la misma velocidad que Él. ¡Es agradable empezar el día pensando en ellas dos: «invitar» y «venir»! porque cuando dejamos que Cristo las pronuncie, las escuchamos no solo con el oído, sino sobre todo con el corazón y todo se convierte en respuesta de amor. ¡Qué agradable resulta recibir una invitación! Me imagino el gusto de aquellos dos hermanos que, tocados por la mirada de Cristo, recibieron la invitación a seguirle (Mt 4,18-22). Hoy no tenemos para meditar el Evangelio de san Lucas que ordinariamente la Iglesia nos ha estado regalando en estos últimos días del tiempo ordinario, sino que recibimos la visita inesperada de san Andrés el Apóstol hermano de san Pedro, cuya fiesta la Iglesia universal celebra hoy para recordarnos que, al dejar resonar estas sencillas palabras en nuestro interior: «invitar» y «venir», nuestra vida se convierte en un camino por recorrer detrás de Él para conocerle más, amarle más y llevarlo al corazón de muchos más. «Los haré pescadores de hombres» (Mt 4,19), es la promesa de la invitación que hace Cristo. Solo basta asumir la invitación como algo personal y Él nos mostrará el camino para ir detrás de Él.
Y entonces, reflexionando el pasaje evangélico de esta fiesta, resuenan en mi ser otros dos verbos, dos palabras que calan: «dejar» y «seguir». El evangelista dice: «dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4,20). Los dos hermanos, Pedro y Andrés, que fueron los dos primeros llamados, se convierten para nosotros en un ejemplo clarísimo, valiente y convincente de respuesta vocacional. Ellos nos enseñan las cosas que hay que hacer para ir tras las huellas de Cristo, los movimientos que hay que hacer y la elección determinante que hay que tomar: «dejar» y «seguir». Estas dos palabras, junto a las dos anteriores «invitar» y «venir», llegan a ser los verbos claves y las palabras que deben quedar escritas en el corazón de todo cristiano católico que, desde el bautismo, es llamado a ser de Cristo, a vivir en Él y a darlo a todos. estas palabras deben de resonar cada día en lo secreto del alma y en el corazón; allí es donde solo cada uno puede escuchar de manera personal este maravilloso cuarteto integrado por esas sorprendentes palabras del Evangelio, que son tan vivas y fuertes, y que cambian la vida de quien las escucha, medita y hace vida.
A tan sólo dos días para terminar el año litúrgico en la Iglesia católica, estas cuatro palabras de hoy, no suenan a final, sino a principio, al nacimiento de la vocación de todo discípulo-misionero: ser testigos de Cristo anunciando su Evangelio. Gracias a la fiesta de San Andrés, re-estrenamos el anuncio del Evangelio y su fuerza salvadora. María, la Madre de Dios, vivió estas cuatro palabras cada día. María se presenta como una sencilla síntesis de estos verbos vividos a la luz de la voluntad de Dios. Ella es la sierva del Señor y la reina de los apóstoles; es discípula y misionera que se sabe invitada a formar parte de un plan de salvación para venir a cada corazón haciendo que su Hijo Jesús nazca y renazca. Ella deja todos sus planes personales para seguir el plan de Dios equilibrando estos cuatro verbos y haciendo vida con gozo el gran ideal para el desarrollo de su tarea como discípula-misionera y para la eficacia de la misión apostólica de que todos conozcan y amen al Señor Jesús. «Invitar», «venir», «dejar» y «seguir», cuatro verbos que hacen de nuestra vida una acción en una misión que no es a nuestro estilo o a nuestros planes, sino al estilo y conforme al plan de Cristo que, para mí y para todos, es siempre lo mejor, aunque nos sorprenda en medio de nuestra aparente felicidad, bien instalados: «Ellos dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron» (Mt 4,22). ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal! Les suplico la limosna de sus oraciones por mí a quienes tendrán hoy la oportunidad de participar en la «Hora Santa» en sus parroquias, capillas, seminarios y conventos.
Padre Alfredo.
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