domingo, 19 de noviembre de 2017

«La parábola de los Talentos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El evangelio de hoy nos habla de la conocidísima parábola de los Talentos (Mt 25,14-30), que tal vez, por el deseo de acercarla más a nuestra cultura, la traducción litúrgica del Leccionario para México no habla de «Talentos» sino de «Millones». Esta parábola está situada entre otras dos: la de las Diez Vírgenes (Mt 25,1-13) y la del Juicio Final (Mt 25,31-46). Las tres parábolas nos orientan sobre la llegada del Reino. La parábola de los Talentos es una historia sencilla que orienta sobre cómo hacer para que el Reino pueda ir creciendo hasta que el Señor vuelva. Habla sobre los dones o carismas que las personas reciben de Dios (millones). Un hombre que se preparaba para partir en un viaje, confió sus bienes a sus siervos de confianza. Él distribuyó su riqueza entre tres servidores, de acuerdo, seguramente, a sus capacidades. Al primero le confió cinco «millones», al segundo dos, y al tercero uno. Los primeros dos siervos se pusieron a trabajar con el dinero de su señor obteniendo ganancias. El tercero no invirtió nada, cavó un hoyo en la tierra y enterró el dinero. Cuando el dueño del dinero regresó, los dos primeros entregaron sus ganancias y fueron elogiados como «siervos buenos y fieles» y ambos fueron recompensados.

El tercer servidor de confianza, ofreció una débil excusa para justificar su conducta. Le dijo al dueño del dinero que como él era un hombre duro, tuvo miedo de afrontar un riesgo con cualquier tipo de inversión o negocio. De modo que simplemente escondió el dinero, y se lo devolvió sin ninguna ganancia. De inmediato este hombre fue reprendido por ser malo y perezoso. Sus millones, fueron entregados al que ganó diez, y fue lanzado a las tinieblas, en donde tuvo que afrontar el llanto y la desesperación. Así con esta parábola tan ilustrativa, Jesús nos recuerda que no debemos enterrar nuestros talentos bajo el suelo, porque, ciertamente, eso es una especie de suicidio. Tenemos que ponerlos a trabajar. Pero, ¿para qué? ¿Para lograr una vida mejor para mí? ¿Para tener más dinero en mi cuenta bancaria? ¿Para ser feliz y aprovecharme de esos dones que yo he recibido y otros no? Si leyésemos así esta parábola, es como si la separásemos del resto del Evangelio. Eso no se puede ni pensar siquiera. Debemos recordar que para Jesús lo más importante es el Reino de Dios. Él quiere que todos formemos una fraternidad de vida y amor. Los talentos de cada uno están, deben estar, al servicio de los hermanos. Cualquier otra cosa sería como enterrarlos.

En realidad —bien sabemos— los talentos, los millones, el «dinero del dueño», «los bienes del Reino», son el amor, el servicio, una sonrisa, un pequeño servicio, unas palabras de aliento para el necesitado, un compartir con el necesitado... Es todo aquello que hace crecer la comunidad de los discípulos-misioneros y revela la presencia de Dios en medio de su pueblo. Aquel que se encierra en sí mismo con miedo a perder sus talentos, «se entierra» y va a perder hasta lo poco que tiene. Pero la persona que no piensa en sí y se entrega a los demás, crece y recibe de forma inesperada, todo aquello que entregó y mucho más, así como María de Nazareth, que gracias a un «sí» incondicional con el que hipotecó su vida, sigue recibiendo gracias abundantes que distribuye a sus hijos alrededor del mundo, viendo en cada uno a su Hijo Jesús y multiplicando los talentos a favor de todos. Bien dice el Evangelio: Pierde la vida quien quiere asegurarla, la gana quien tiene el valor de perderla (cf. Mt 10,39; Mt 16,25). ¡Vayamos hoy a nuestra Misa dominical a entregar cuentas de los millones que hemos recibido... seguro el Señor nos dará más, y nos dará en abundancia! 

Padre Alfredo.

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