El Evangelio que la Iglesia propone en la liturgia para este día, nos habla de la semilla de mostaza y la levadura (Lc 13,18-21). Dos elementos bastante cercanos al pueblo de Israel, donde transcurría el diario andar del Señor Jesús. Dicen que la semilla de mostaza es muy común en Palestina, de modo particular junto al lago de Galilea. Esta semillita es conocida por su singular pequeñez. En el mismo Evangelio (Lc 17,6), Jesús usa esta imagen para expresar su esperanza de que sus discípulos tengan un mínimo de fe: «Si tuvieran fe como un grano de mostaza…». Esta parábola tan sencilla, compara dos momentos de la historia de la semilla: cuando es enterrada (los inicios humildes) y cuando se convierte en un arbusto (el milagro final). Por tanto, la función del relato es explicar el crecimiento extraordinario de una semilla que se entierra en el propio jardín, a lo que sigue un crecimiento asombroso. Al igual que esta semillita, el Reino de Dios tiene también su historia de crecimiento.
Por otra parte, en la cultura hebrea, según algunos estudiosos del tema, la levadura era considerada un factor de corrupción, de fermentación, de descomposición, hasta el grado de que se eliminaba en las casas para no contaminar la fiesta de Pascua, que justamente empezaba la semana de los ázimos. El uso de este elemento negativo para describir el Reino de Dios era un motivo de perturbación para los oídos de los judíos. Pero nosotros, como discípulos misioneros, percibimos por qué pone Jesús este ejemplo con una fuerza convincente: es suficiente poner una pequeña cantidad de levadura «en tres medidas de harina» –seguro Jesús veía a la Santísima Virgen María preparar el pan casero– para conseguir una gran cantidad de pasta. Cristo nos dice que esta levadura, escondida o inserta en las tres medidas de harina, después de un tiempo, hace crecer la masa. El reino de Dios, según nos deja ver san Lucas en esta enseñanza de Cristo Maestro, es algo que está llamado a ir creciendo despacio pero siempre. El crecimiento del Reino es como el del grano de mostaza y el de la levadura de la que nos habla Jesús en el evangelio de hoy. Hay un dicho que reza así: «Despacio, que voy de prisa» y hay otra que dice: «Más vale paso que dure y no trote que canse».
Cada discípulo-misionero, cada seguidor de Jesús, cada apóstol de hoy y de siempre, debe dejar a Dios que, poco a poco y de manera continua, reine en nosotros, se adueñe de todas las áreas de nuestro ser, de nuestro corazón, de nuestra alma, de nuestra mente y de todo nuestro ser (Lc 22,37). Sabiendo que cada uno y todos juntos vamos edificando desde este mundo ese Reino. A nosotros nos toca «plantar, regar», hacer que la semilla de Dios caiga en buena tierra, sabiendo que el «que da el crecimiento es Dios». El Reino es una realidad humilde, escondida, pobre y silenciosa, mezclado con las luchas y placeres de la vida. A nosotros nos toca ser levadura y dejarnos amasar por María, que es la que confecciona el «Pan de vida eterna» en su seno, para ser alimento del mundo entero. Lo nuestro, entonces, es trabajar en equipo con Jesús, con nuestro Dios y crecer. El Reino ha empezado a ejercitarse en la voluntad de hombres y mujeres que trabajan de forma callada y humilde como lo hace la pequeña semilla o la humilde levadura. Esos son los santos. El Reino de Dios se va estableciendo en la naturalidad de los que ahora construyen un mundo de justicia en la donación a sus hermanos necesitados; en la candidez del ofrecimiento a los que están solos; en el desprendimiento de quienes comparten su tiempo desinteresadamente, en los que regalan una sonrisa llena de esperanza; en todos los que son como un granito de mostaza o un poco de levadura. ¿Lo alcanzas a ver? Mira con los ojos de la fe y podrás distinguirlo, porque el Reino de los cielos ya se empieza a construir aquí, allá y más para acá. ¡Ánimo, que apenas es martes y estamos cerrando otro mes!
Padre Alfredo.
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