El texto del Evangelio de hoy (Lc 19,45-48), que nos presenta la entrada solemne de Jesús en el Templo —como lo profetizó Malaquias 3,1— y la expulsión de los vendedores de allí (19,45-46), nos ofrece una buena oportunidad para hablar del valor del Templo y de las cosas de Dios. El ambiente del Templo Jerusalén era bastante animado. El Templo ofrecía diversos espacios en donde la gente socializaba. Allí se encontraban los amigos, se resolvían problemas e incluso los grupos religiosos de la época aprovechaban las diversas áreas para reunir a sus partidarios. En la parte más amplia, llamada «El patio de los gentiles», albergaba algunos comerciantes que estaban allí por razones prácticas: puesto que un peregrino no siempre podía venir cargando desde lejos su ofrenda (un animal pesado), lo mejor era traer el dinero y adquirirlo allí mismo en el templo para realizar el sacrificio. También se podían comprar en esos comercios otros elementos necesarios para el culto, como vino, aceite y sal.
A Jesús, luego de su entrada triunfal, le molesta que algunos se aprovechen del culto de Templo para justificarse, sin esforzarse verdaderamente por la conversión y aprovechar la situación para cambiar animales y hacer otra clase de negocios. Por esa razón Jesús cita dos profecías: De Isaías 56,7, Jesús toma la frase: «Mi Casa será Casa de oración». Son palabras que muestran cuál es la verdadera finalidad del Templo. De Jeremías 7,11, Jesús toma la frase: «Cueva de ladrones». Estas palabras muestran en qué ha llegado a convertirse el culto a Dios. El legítimo comercio para poder realizar los sacrificios estaba acompañado de injusticia. Detrás de todo, como también lo denunció Jeremías, se realizaba un culto sin conversión, comprando, cambiando y vendiendo animales y traficando con las diversas divisas. El culto venía a convertirse, para esos vendedores, en un tranquilizador de conciencias. ¿Qué querrá decirnos Jesús con este gesto impactante? Tal vez esté pensando en quienes muchas veces utilizan a la iglesia como medio para sus propios intereses, quizás esté pensando en cada hijo suyo que frecuenta los sacramentos y no se acaba de convencer de que lo importante verdaderamente es servir sin ser visto, sin sacar tajada, sin que nadie lo note. Jesús exige un cambio de rumbo: purificar el templo de todas aquellas negatividades humanas y conducirlo a su función originaria: rendir verdadero servicio a Dios.
Por otra parte, en el mismo pasaje san Lucas dice: «Todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras» (Lc 19,48). Era la gente buena que, como muchos de hoy, hacen a un lado a los vendedores de recuerditos afuera de los santuarios cuya ganancia es para ellos y nadie más; a los organizadores de bodas que ni católicos son y cobran dinerales por hacer puro lucimiento y dicen que van de parte de la Iglesia, a los que quieren sacar tajada para ellos por cualquier cosa. El comercio tiende a crecer y a crecer cuando encuentra un mercado, de manera que el Templo, el lugar de oración, en tiempos de Cristo, había degenerado en una suerte de mercado. Jesús necesitaba desafiar esa tendencia y reafirmar la santidad del lugar. ¿Ocurre algo parecido a eso en nuestros tiempos? El deseo de Cristo es morar en cada templo que es nuestro cuerpo... ¡somos Templos vivos del Espíritu Santo! ¿Qué hemos hecho de nuestras casas, de nuestros templos, de nuestros cuerpos? ¿A quién se refiere el Señor, sino a cada uno de nosotros? ¡Revisémonos! ¿Qué somos? ¿Qué hemos recibido? ¿Qué se nos ha dado? ¿Cómo debía ser nuestra vida y cómo es, sin embargo? Confesémonos, participemos en la Eucaristía por lo menos cada domingo, escuchemos activamente las lecturas durante la misa, acudamos a alguna escuela bíblica, démonos tiempo para leer la Biblia. Aprendamos de los santos que encontraban todo lo necesario para su vida muy unidos al Templo para descubrir el rostro misericordioso de Dios y conocer su corazón... María, cuando Jesús le dice que debe estar en las cosas de su Padre, en el Templo; guarda todo aquello en el corazón, lo medita y lo hace vida (Lc 2,19). ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario