No falta quien por curiosidad o por miedo, quiera saber qué sucederá y cuándo y cómo será el fin del mundo. Estamos inundados de visiones catastróficas que nos anuncian por aquí y por allá un futuro oscuro y terrible para todos los seres vivientes. Pero lo importante no es la fecha en que el mundo sucumbirá; lo importante es preguntarnos cuál es la finalidad del mundo y de la humanidad, ¿cuál es la utopía?, ¿qué futuro podemos y debemos construir?, ¿qué quiere Dios de nosotros aquí y ahora? Con el Evangelio que la Iglesia nos propone para meditar en la Misa del día de hoy (Lc 21,5-11), podemos ver que Jesús nos dice que no hay que preocuparnos ni cuestionarnos sobre el por qué y el cuándo, pues de nada servirá saber eso si no hay un cambio radical en nuestra forma de pensar, de amar y de actuar. Porque saber el día y la hora no nos harán mejores en la caridad y la práctica de la misericordia. De ahí que lo importante sea perseverar en el amor a Dios y al prójimo, vivir nuestra dignidad como hijos de Dios y saber ser hermanos al estilo de Cristo.
No nos dejemos aterrar sumergidos en el miedo pensando en que el fin del mundo está cerca y ya se acaba la humanidad en la tierra con la venida del Justo Juez, Jesucristo Rey del Universo. Él mismo nos lo acaba de decir: "Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin" (Lc 21,8-9)... ¿Quiere Cristo que vivamos atemorizados? No ¿Quiere que nos la pasemos analizando cada guerra, cada terremoto y cada epidemia interpretando todo bajo una óptica terrorífica? No. Entonces, ¿qué quiere Cristo?
Está claro, muy clarísimo, que Jesús quiere que estemos preparados ante nuestra muerte y el juicio final viviendo como Él, que «pasó por el mundo haciendo el bien» (Hch 10,38). Muchas de las parábolas que el Señor nos ha dejado en herencia, nos exigen estar alerta para cuando Él vuelva. Y por eso es evidente que la mejor preparación consiste en vivir, ya desde ahora, el amor a Dios y a nuestros hermanos, porque el criterio para ir a la izquierda o a la derecha del Hijo del hombre, como decía el Evangelio del domingo pasado, va a ser el demostrado amor a nuestros hermanos. A la vez, Cristo nos deja entrever que quien nos va a examinar no es un tribunal severo y exigente, propenso a suspender, sino Cristo Jesús, el que nos amó tanto que dio su vida por nosotros y que es capaz de perdonarnos hasta setenta veces siete. Está claro que lo que se nos pide en nuestro trayecto terreno es imitar a Cristo Jesús, que es el Camino Verdadero que nos lleva a la auténtica Vida. ¡Qué María Santísima, elevada al cielo, en la peregrinación de fe a lo largo de la historia, siga acompañando a la Iglesia como «modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con Cristo, eternamente presente en el misterio de su ser divino» ¡Ella está, en medio de los Apóstoles, en el corazón mismo de la Iglesia naciente y de la Iglesia de todos los tiempos! ¡Que tengas un martes lleno de bendiciones!
Padre Alfredo.
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